Apocalipsis  13 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1

Las dos fieras
Dn 7

Vi salir del mar una fiera con diez cuernos y siete cabezas; en los cuernos diez turbantes y en las cabezas títulos blasfemos.
2 La fiera de la visión parecía un leopardo, con patas como de oso y boca como de león. El dragón le delegó su poder, su trono y una autoridad grande.
3 Una de sus cabezas parecía herida de muerte, pero la herida mortal se sanó. Todo el mundo admirado seguía a la fiera y adoraba al dragón que dio su autoridad a la fiera;
4 y adoraban a la fiera diciendo: ¿Quién se mide con la fiera?, ¿quién podrá luchar con ella?
5 Le permitieron decir cosas arrogantes y blasfemas, le dieron autoridad para actuar cuarenta y dos meses.
6 Abrió la boca blasfemando de Dios, blasfemando de su Nombre y su morada y de los que habitan en el cielo.
7 Le permitieron hacer la guerra a los santos y vencerlos; le dieron autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación.
8 La adorarán todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no están registrados desde el principio del mundo en el libro de la vida del Cordero degollado.
9 El que tenga oídos que escuche:
10 El destinado al cautiverio irá cautivo, el destinado a la espada a espada morirá. ¡Aquí se pondrá a prueba la perseverancia y la fe de los santos!
11 Vi subir de la tierra otra fiera, con dos cuernos como de cordero, que hablaba como un dragón.
12 Ejercía toda la autoridad de la primera fiera en su presencia, y obligaba a todos los habitantes de la tierra a adorar a la primera fiera, cuya herida mortal se había sanado.
13 Hace grandes señales: hace caer rayos del cielo a la tierra en presencia de los hombres.
14 Engaña a los habitantes de la tierra con las señales que le permiten hacer delante de la fiera. Manda a los habitantes de la tierra fabricar una imagen de la fiera herida a espada y todavía viva.
15 Le permitieron infundir aliento en la imagen de la fiera, de modo que la imagen de la fiera hablara e hiciera morir a los que no adoraban la imagen de la fiera.
16 A todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, hace que les pongan una marca en la mano derecha o en la frente;
17 de modo que el que no lleve la marca con el nombre de la fiera o con los numerales de su nombre no pueda comprar ni vender.
18 ¡Aquí se pondrá a prueba el talento! El que tenga inteligencia que calcule el número de la fiera; es número de una persona y equivale a 666.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  13,1-18Las dos fieras. El dragón comienza a actuar por sus agentes delegados: son poderes políticos absolutos, con sus ideologías, divinizados, empeñados en imponer su soberanía como rivales de Dios. Son figuras emblemáticas. Algunos exhiben heridas misteriosamente curadas, es decir, derrotas ampliamente resarcidas; otros realizan obras portentosas, convincentes (Deu_13:2); alardean de infundir vida a lo inerte, como demiurgos remedando a Dios (Gén_2:7). Su blasfemia consiste en presentarse como dioses (Eze_28:9; Isa_48:8.10). Pero los cristianos, «registrados en el libro de la vida» especial, el de un muerto que está vivo, resistirán con su «fe perseverante».
La primera fiera que viene del mar alude al poder de Roma, cuyos decretos y leyes eran traídos en barco a la isla de Patmos y a toda la región vecina; esas leyes imponían el culto blasfemo al emperador que se daba atributos divinos. Ante el peligro de persecución, el cristiano tenía que estar dispuesto a ir a la cárcel y a la muerte sin claudicar (10). La segunda fiera parece referirse al gobernador romano y a un sacerdote -los dos cuernos-, agentes del imperio, que obligaban a los habitantes a adorar al emperador, recurriendo a todo género de estratagemas (cfr. Hch_8:9s). A finales del s. I y comienzos del s. II, en la región de las siete Iglesias del Apocalipsis, se llegó a exigir a los habitantes presentar una cédula que probaba que habían participado en los sacrificios al emperador. Las cédulas llegaron a formar, por un tiempo, parte de la vida social y religiosa de la gente.
El número 666 es la suma de los valores de las letras del nombre «Nerón César». Para los romanos, cada letra del alfabeto tenía un valor numérico. El número 6, uno menos de siete, es número de imperfección; la triple repetición es la forma del superlativo hebreo: «santo, santo, santo», tres veces, equivale a «santísimo»; la bestia es totalmente imperfecta, destinada al fracaso. El lector es invitado a pensar y adivinar este mensaje consolador del autor (18).