JUDIT
Contexto histórico. Siempre tuvo Israel que enfrentarse con culturas extranjeras, sin perder su identidad o casi recreándola por contraste. Fue relativamente fácil con la cultura egipcia, cananea, babilónica, etc., pero la penetración y difusión del helenismo plantea al pueblo una de sus mayores crisis históricas.
El helenismo representa algo nuevo, sobre todo como irradiación de una cultura atractiva y fascinadora. Si las armas de Alejandro Magno vencieron, la cultura helénica convence. ¿Será una amenaza para Israel, para ese pueblo extraño que vive separado de los demás? ¿Podrá asimilar Israel la cultura griega del helenismo como un día asimiló la cultura cananea?
Hay que distinguir, a corto plazo, dos épocas en el desafío del helenismo. En la primera etapa, algunos espíritus críticos saben volver su mirada inquisitiva y crítica sobre sus propias tradiciones y doctrinas. A esta época podrían pertenecer el libro de Jonás y el Eclesiastés. Sin embargo, la posible asimilación pacífica queda violentamente truncada por la conjunción de dos fuerzas: los excesos de los círculos progresistas y la opresión de un tirano extranjero, Antíoco IV Epífanes, el gran enemigo del pueblo judío, del que hablan los libros de los Macabeos y al que parece referirse el libro de Judit.
El libro de Judit. En estas circunstancias, durante los azares de la rebelión de los Macabeos, nuestro autor anónimo se pone a componer una historia -probablemente hacia finales del s. II a.C.- que sirva para animar a la resistencia. Será una historia conocida y nueva, ideal y realizable; sonará a cosa vieja, pero tendrá una clave de lectura en el momento actual. La acumulación de datos precisos le sirve para enmascarar la referencia peligrosa a los hechos del día; los lectores de la época entendían fácilmente ese guiño malicioso, que suena ya en el nombre de la protagonista («La Judía»).
El argumento, reducido a esqueleto, es de pura ascendencia bíblica, aunque es nuevo el hecho de que el pueblo no haya pecado. Tradicional es el motivo de la mujer que seduce y vence al enemigo (Yael-Sísara, Dalila-Sansón); Judit toma algunos rasgos proféticos, denunciando a los jefes su falta de confianza, presentándose a Holofernes como confidente de Dios. También son tradicionales los motivos del extranjero alabando a Israel, el descubrimiento del asesinato, las danzas y el canto de victoria, la soberbia del extranjero agresor, el castigo del enemigo por la noche y la liberación por la mañana.
A esto se añade la abundante fraseología tradicional, que sumerge al lector en un lenguaje familiar, bastante concentrado. Este recurso literario tiene una función decisiva: el pasado todavía es presente y puede volver a repetirse, incluso adoptando formas nuevas.
El autor narra los hechos con amplitud, en proceso cronológico lineal (salvo dos síntesis históricas). Es maestro en el arte de sustentar y estrechar la acción, en la creación de escenas sugerentes, en la aceleración rítmica cuando llega el momento culminante. Descuella su manejo de la ironía a diversos niveles: caracterización de Nabucodonosor y Holofernes, las palabras de Judit al general enemigo, las alusiones del autor al partido colaboracionista.
En su estilo destaca el amor a las enumeraciones que expresan riqueza, extensión, universalidad, y la expresión enfática, retórica, y los discursos que piden una recitación dramática.
Texto. A través de la complicada y literal traducción griega es fácil, muchas veces, leer el texto del original hebreo que se encuentra detrás, con suficiente seguridad para mejorar dicha traducción.
Mensaje religioso. Es la destacada personalidad de Judit, «La Judía», la que encarna el mensaje religioso del libro, personalidad más simbólica que individual. Judit es encarnación del pueblo, como novia (por la belleza) y como madre, según la tradición profética. Encarna la piedad y fidelidad al Señor y la confianza en Dios, el valor con la sagacidad. Es una figura ideal que podrá inspirar a cualquier hijo de Israel. Como viuda puede representar el sufrimiento del pueblo, aparentemente abandonado de su Señor (Is 49 y 54); puede concentrar toda su fidelidad en el único Señor del pueblo. No teniendo hijos físicos, puede asumir la maternidad de todo el pueblo y convertirse en «bienhechora de Israel». Judit aconseja como Débora, hiere como Yael, canta como María.
Judith 8,1-368:1-16:25 La gran liberación. La segunda parte del libro va a girar en torno a la gran protagonista, Judit, que apenas ahora se hace presente. Es por este lado por donde se va a romper el dilema: entrega o resistencia. Judit va a orientar la resistencia pero corrigiéndola: hay que resistir confiando no en una intervención milagrosa de parte de Dios, sino poniendo los medios que tiene a su alcance al servicio de la comunidad y al servicio de la acción divina: su belleza y su libertad, pues siendo viuda no depende de un marido y, finalmente, su sagacidad y astucia. Resistir no equivale, por tanto, a esperar intervenciones extraordinarias que muy difícilmente se van a dar. Resistir implica emprender la marcha con lo poco que se tiene, pero con la firme esperanza de que es más que suficiente para enfrentar cualquier fuerza hostil al proyecto de Dios.
8:1-36 La mujer sabia y valiente. La presentación de la protagonista del relato consta de dos partes: en primer lugar se describe su genealogía para demostrar su genuino origen israelita (1), y en segundo lugar se describen algunos aspectos personales: era viuda (2); muy hermosa (7) y practicaba un ascetismo muy particular: ayunaba todos los días excepto las principales fiestas y sus vísperas; vestía ropas ásperas, oraba permanentemente y, al mismo tiempo, manejaba una gran riqueza (7b).
Los versículos 12-27 son las palabras que Judit dirige a los ancianos, que en realidad es lo que el autor quiere enseñar a sus contemporáneos. En ellas Judit da una verdadera cátedra de sabiduría y cordura a los ancianos. Éstos no solamente representaban la autoridad, sino que de ellos se esperaban soluciones sabias en las calamidades del pueblo. Los ancianos aún no entienden nada (13b); creen ingenuamente que la resistencia que proponen consiste sólo en esperar una intervención espectacular, extraordinaria: esperan que en el plazo fijado por ellos, Dios enviará la lluvia (31).
Judit, pues, corrige esa manera de pensar subrayando que este tipo de resistencia es una forma de tentar a Dios y, por tanto, un pecado. La resistencia se tiene que dar emprendiendo acciones concretas, y eso es precisamente lo que ella va a hacer. Pero también las palabras de Judit son una forma de alertar a la otra corriente, a la que propone la sumisión y la entrega pacífica. Judit encarna, en cierta forma, la conciencia israelita que a lo largo de la historia tuvo que jugársela para sobrevivir en medio de la tensión interna, pero más aún externa. Estaba amenazada por potencias extranjeras que permanentemente tenían los ojos puestos en la tierra de Canaán por tratarse de un corredor estratégico que media entre Mesopotamia y Egipto, polos de grandes imperios en la historia.