II Reyes  4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 44 versitos |
1

Milagros de Eliseo
1 Re 17,13-16

Una mujer, esposa de uno de la hermandad de profetas, suplicó a Eliseo:
– Mi marido, servidor tuyo, ha muerto. Y tú sabes que era hombre religioso. Pero ahora ha venido un acreedor para llevarse a mis dos hijos como esclavos.
2 Eliseo le dijo:
–¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa.
Respondió ella:
– Todo lo que tu servidora tiene en casa es una botella de aceite.
3 Entonces Eliseo le dijo:
– Ve y pide prestadas a tus vecinas vasijas vacías; cuantas más sean, mejor.
4 Luego entra en casa, te cierras por dentro con tus hijos y comienza a echar aceite en todas las vasijas; a medida que las vayas llenando, las irás poniendo aparte.
5 La mujer se fue. Cuando se cerró por dentro con sus hijos, ellos le acercaron las vasijas y ella fue echando aceite.
6 Se llenaron todas, y pidió a uno de los hijos:
– Acércame otra.
Él contestó:
– Ya no hay más.
Entonces dejó de correr el aceite.
7 Ella fue a decírselo al hombre de Dios, y éste le dijo:
– Ve a vender el aceite, paga a tu acreedor y tú y tus hijos vivan de lo que sobre.
8

El hijo de la sunamita
1 Re 17,17-24

Un día pasó Eliseo por Sunán. Había allí una mujer rica que le obligó a comer en su casa; después, siempre que él pasaba, entraba allí a comer.
9 Un día dijo la mujer a su marido:
– Mira, ése que viene siempre por casa es un santo hombre de Dios.
10 Si te parece, le haremos en la azotea una pequeña habitación; le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y cuando venga a casa, podrá quedarse allí arriba.
11 Un día que Eliseo llegó a Sunán, subió a la habitación de la azotea y durmió allí.
12 Después dijo a su criado, Guejazí:
– Llama a la sunamita.
La llamó y se presentó ante él.
13 Entonces Eliseo habló a Guejazí:
– Dile: Te has tomado todas estas molestias por nosotros. ¿Qué puedo hacer por ti? Si quieres alguna recomendación para el rey o el general...
Ella dijo:
– Yo vivo con los míos.
14 Pero Eliseo insistió:
–¿Qué podríamos hacer por ella?
Guejazí comentó:
– Qué sé yo. No tiene hijos y su marido es viejo.
15 Eliseo dijo:
– Llámala.
La llamó. Ella se quedó junto a la puerta
16 y Eliseo le dijo:
– El año que viene por estas fechas abrazarás a un hijo.
Ella respondió:
– Por favor, no, señor, no engañes a tu servidora.
17 Pero la mujer concibió, y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, como le había predicho Eliseo.
18 El niño creció. Un día fue a ver a su padre, que estaba con los que cosechaban,
19 y dijo:
–¡Me duele la cabeza!
Su padre dijo a un criado:
– Llévalo a su madre.
20 El criado lo tomó y se lo llevó a su madre; ella lo tuvo en sus rodillas hasta el mediodía, y el niño murió.
21 Lo subió y lo acostó en la cama del hombre de Dios. Cerró la puerta y salió.
22 Llamó a su marido y le dijo:
– Haz el favor de mandarme un criado y una burra; voy a ir corriendo a ver al hombre de Dios y vuelvo en seguida.
23 Él le dijo:
–¿Por qué vas a ir hoy a visitarlo si no es luna nueva ni sábado?
Pero ella respondió:
– Hasta luego.
24 Hizo aparejar la burra y ordenó al criado:
– Toma la rienda y camina. No detengas la marcha si no te lo digo.
25 Marchó y llegó a donde estaba el hombre de Dios, en el monte Carmelo. Cuando Eliseo la vio venir, dijo a su criado Guejazí:
26 – Allí viene la sunamita. Corre a su encuentro y pregúntale qué tal están ella, su marido y el niño.
Ella respondió:
– Estamos bien.
27 Pero al llegar junto al hombre de Dios, en lo alto del monte, se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:
– Déjala, que está apenada, y el Señor me lo tenía oculto sin revelármelo.
28 Entonces la mujer dijo:
–¿Te pedí yo un hijo? ¡Te dije que no me ilusionaras!
29 Eliseo ordenó a Guejazí:
– Cíñete el cinturón, toma mi bastón y ponte en camino; si encuentras a alguno no lo saludes y si te saluda alguno no le respondas. Coloca mi bastón sobre el rostro del niño.
30 Pero la madre exclamó:
–¡Juro por la vida del Señor y por tu propia vida que no te dejaré!
Entonces Eliseo se levantó y la siguió.
31 Mientras tanto, Guejazí se había adelantado y había puesto el bastón sobre el rostro del niño, pero el niño no habló ni reaccionó. Guejazí volvió al encuentro de Eliseo y le comunicó:
– El niño no se ha despertado.
32 Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto tendido en su cama.
33 Entró, cerró la puerta y oró al Señor.
34 Luego subió a la cama y se echó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos con manos; permaneció recostado sobre él y la carne del niño fue entrando en calor.
35 Entonces Eliseo se puso a pasear por la habitación, de acá para allá; subió de nuevo a la cama y se recostó sobre el niño, y así hasta siete veces; el niño estornudó y abrió los ojos.
36 Eliseo llamó a Guejazí, y le ordenó:
– Llama a la sunamita.
La llamó, y cuando llegó, Eliseo le dijo:
– Toma a tu hijo.
37 Ella entró y se arrojó a sus pies, postrada en tierra. Luego tomó a su hijo y salió.
38 Cuando Eliseo volvió a Guilgal, se pasaba hambre en aquella región. La comunidad de profetas estaba sentada junto a él, y Eliseo ordenó a su criado:
– Coloca sobre el fuego la olla grande y cuece un caldo para la comunidad.
39 Uno de ellos salió al campo a recoger unas hierbas; encontró una especie de viña silvestre, de la que recogió los frutos salvajes hasta llenar el manto. Al llegar, las fue echando en el caldo sin saber lo que hacía.
40 Cuando sirvieron la comida a los hombres y probaron el caldo, gritaron:
–¡Hombre de Dios, esto tiene veneno!
Y no pudieron tragarlo.
41 Entonces Eliseo ordenó:
– Tráiganme harina.
La echó en la olla, y dijo:
– Sirve a la gente, que coman.
Y el caldo ya no sabía mal.
42 Uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
– Dáselos a la gente, que coman.
43 El criado replicó:
–¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
– Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
44 Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

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Introducción a II Reyes 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Reyes  4,1-7Milagros de Eliseo. Varias tradiciones atribuyen a Elías y Eliseo el socorro brindado a los más pobres de entre los pobres, esto es, a viudas y huérfanos (cfr. 1Re_17:8-16). Podría tratarse de un relato popular que busca poner de relieve la respuesta profética a una necesidad y a una situación tan extremas como ésta en la que se halla la viuda del relato. Se percibe un ambiente marcado por la injusticia; la viuda no acude al rey ni a los jueces para quitarse de encima al desalmado acreedor del marido muerto, y ahora de la desamparada familia. Posiblemente de forma intencionada, el redactor hace ir a la viuda directamente donde el profeta, porque sabe que ninguna instancia, oficial -el rey, los jueces- o privada -el acreedor-, la ayudará. Tendríamos entonces, no tanto la narración de un «milagro» de Eliseo, cuanto una denuncia contra la monarquía y sus instituciones, que mostraría cómo sólo el profeta, como hombre de Dios que es, socorre a los pobres y miserables del pueblo.


II Reyes  4,8-44El hijo de la sunamita. Los versículos 8-37 refieren la leyenda de las relaciones amistosas entre Eliseo y una importante señora de Sunán, localidad perteneciente a la tribu de Isacar (Jos_19:18). El conjunto del relato contiene elementos simbólicos que vale la pena subrayar: 1. La importancia de la dama. 2. Su esterilidad y la vejez del marido. 3. El engendramiento del niño. 4. La muerte súbita del hijo. 5. El recurso al profeta. 6. La acción del profeta para recuperar la vida del niño. 7. La mujer no acepta intermediarios, tiene que ser el profeta el que se haga presente. Todos ellos se pueden entender como la manera de ilustrar las convicciones sobre la soberanía del Señor y, sobre todo, para demostrar que se trata de un Dios vivo comprometido con la vida. Los versículos 38-44 presentan dos variantes de una misma idea: el alimento inagotable para todos cuando se pone en común lo poco que se tiene. También es una respuesta profética a una necesidad extrema, ante la que una sociedad compuesta de acaparadores y codiciosos no puede responder (cfr. el signo del pan para todos en Mar_6:30-44).