Isaías 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

LIBRO DE EMANUEL
Primer aviso a Acaz
8,9s; 14,24-27

Reinaba en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla; pero no lograron conquistarla.
2 Llegó la noticia al heredero de David:
– Los sirios acampan en Efraín.
Y se agitó su corazón y el del pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento.
3 Entonces el Señor dijo a Isaías:
– Ve al encuentro de Acaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal del Estanque de Arriba, junto al camino del campo del Tintorero,
4 y le dirás:
¡Vigilancia y calma!
No temas, no te acobardes,
ante esos dos cabos
de tizones humeantes.
5 Aunque Siria
trame tu ruina diciendo:
6 Subamos contra Judá, sitiémosla,
abramos brecha en ella
y nombraremos en ella rey
al hijo de Tabeel.
7 Así dice el Señor:
No se cumplirá ni sucederá:
8 Damasco es capital de Siria,
y Rasín, capitán de Damasco; Samaría es capital de Efraín,
y el hijo de Romelías,
capitán de Samaría.
9 Dentro de sesenta y cinco años,
Efraín, destruido,
dejará de ser pueblo. Si ustedes no creen, no subsistirán.
10

Segundo aviso:
el signo de Emanuel
Jue 13; 16; Mt 1,23

El Señor volvió a hablar a Acaz:
11 – Pide una señal al Señor, tu Dios; en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.
12 Respondió Acaz:
– No la pido, no quiero tentar al Señor.
13 Entonces dijo Dios:
– Escucha, heredero de David:
¿No les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios?
14 Por eso el Señor mismo les dará una señal:
Miren: la joven está embarazada
y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emanuel.
15 Comerá leche cuajada con miel,
hasta que aprenda
a rechazar el mal
y a escoger el bien.
16 Porque antes que aprenda el niño
a rechazar el mal
y escoger el bien,
quedará abandonada la tierra
de los dos reyes que te hacen temer.
17 El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo, sobre tu dinastía días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá.
18

Invasión asiria
5,26-30

Aquel día
les silbará el Señor a los tábanos
del confín del delta de Egipto
y a las abejas del país de Asiria,
19 y vendrán y se posarán en masa
en las honduras de las quebradas,
en las hendiduras de las rocas,
en todo matorral,
en todo bebedero.
20 Aquel día le afeitará el Señor
con navaja alquilada
al otro lado del Éufrates
la cabeza y el pelo de sus partes,
y le rapará la barba.
21 Aquel día cada uno mantendrá
una novilla y dos ovejas,
22 y como abundará la leche,
comerán leche cuajada;
sí, comerán leche cuajada y miel
los que queden en el país.
23 Aquel día,
un viñedo de mil cepas
de mil monedas de valor
producirá zarzas y cardos.
24 Entrarán por él con arcos y flechas,
porque todo el país
será zarzas y cardos;
25 en las laderas cultivadas con azadón
no entrarás por miedo
a las zarzas y cardos;
serán pasto de vacas,
pisoteado por ovejas.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 7,1-9Primer aviso a Acaz. Los datos del versículo 1 corresponden a la guerra siro-efraimita. Asiria está ganando cada vez más terreno; Damasco y Samaría quieren obligar al rey de Judá a aliarse con ellos para atacar juntos a Asiria. Contra los consejos de Isaías, Judá prefiere pedir ayuda a los asirios. Éstos apoyan al pequeño reino del Sur, pero le someten a un duro vasallaje; de otra parte, comienzan las invasiones a Samaría que terminan por destruirla en el 722 a.C.
Isaías, como la gran mayoría de profetas, predica no sólo de palabra, sino también a través de gestos simbólicos y de signos. Aquí encontramos uno de sus signos, representado en el nombre que coloca a su hijo Sear Yasub, literalmente, «un resto volverá»; con lo cual anuncia al rey y a los demás habitantes de Jerusalén y de Judá que un pequeño resto se convertirá y escapará a los castigos previstos (cfr. 4,3; 10,21-23).


Isaías 7,10-25Segundo aviso: el signo de Emanuel - Invasión asiria. Desesperadamente, Isaías quiere hacer entrar en razón a Acaz, rey de Judá, para que no se fíe de los poderes humanos. Para eso le propone pedir una señal directa al Señor. La actitud del rey es ambigua: por una parte parece tener tanto respeto al Señor que teme ponerlo a prueba; pero por otra, parece que ante la inminente amenaza de Damasco y Samaría, confía más en el poder de Asiria; claro que el coste fue muy alto: el vasallaje de Judá y la destrucción del hermano reino del Norte. A pesar de todo, el profeta convierte en signo profético el nacimiento de un niño al parecer del mismo rey. El niño será llamado Emanuel que significa «Dios con nosotros» (8,8-10). El sentido del signo es que a pesar de todo Dios mantiene la promesa de proteger a la dinastía real y a todo el pueblo.
No es claro de qué doncella se trata cuando dice que dará a luz. Podría ser alguna de la casa de Acaz. Hay quienes afirman, incluso, que se trata de una de sus mujeres. La cuestión es que el texto hebreo habla de una jovencita o muchacha, como en Gén_24:43 y Éxo_2:8, en estado de contraer matrimonio o ya casada. Más tarde la traducción al griego (LXX) empleará la palabra «virgen» introduciendo al texto una relectura mesiánica que posiblemente no tuvo desde el origen. El hecho es que al final del Antiguo Testamento, pero especialmente la tradición cristiana, rápidamente encontró aquí el anuncio profético del nacimiento de Jesús, descendiente de David y salvador de su pueblo. He ahí por qué Mat_1:23 cita a Isa_7:14 y Mat_4:15s a ,1. El alimento que consumirá el niño recuerda la época del desierto (Deu_32:13s), y podría indicar que el país volverá a pasar por esos tiempos dadas las incursiones de los enemigos en territorio de Judá. Sin embargo, la situación sería temporal, como en efecto así fue.
Los versículos 18-26 nos presentan una serie de cuatro profecías introducida cada una por la frase «en aquel día» o «en esos días» (18.20.21.23). Nótese que aquí los actores de guerra ya no son los siro-efraimitas sino Egipto y el reino del Sur. La mención, una vez más, de la leche y la miel vuelven a hacer pensar en los días del desierto. El desierto encierra un gran simbolismo. ¿No fue en el desierto donde el Señor creó una nación? ¿No hará falta permanentemente volver al desierto? (cfr. Ose_2:14s).