Ezequiel  10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1

La gloria se marcha
1 Sm 4,22

En la plataforma que estaba sobre la cabeza de los querubines vi una especie de zafiro, en forma de trono, que sobresalía.
2 El Señor dijo al hombre vestido de lino:
– Métete debajo de la carroza bajo el querubín, recoge un puñado de brasas de entre los querubines y espárcelas por la ciudad.
Y vi que se metió.
3 Al entrar este hombre, los querubines se encontraban al sur del templo – y la nube llenaba el atrio interior– .
4 La gloria del Señor se remontó sobre los querubines y se colocó en el umbral del templo; la nube llenó el templo y el resplandor de la gloria del Señor llenó el atrio.
5 El rumor de las alas de los querubines llegó hasta el atrio exterior: era como la voz del Todopoderoso cuando habla.
6 El hombre vestido de lino, al recibir la orden de recoger fuego de debajo de la carroza, entre los querubines, se colocó al lado de una rueda.
7 El querubín alargó la mano entre los querubines hacia el fuego que estaba entre los querubines lo recogió y se lo echó en el cuenco de las manos al hombre vestido de lino; él lo recogió y se marchó.
8 A los querubines les asomaban por debajo de las alas una especie de brazos humanos.
9 Y vi cuatro ruedas al lado de los querubines, una al lado de cada uno. El aspecto de las ruedas era como el brillo del topacio.
10 Las cuatro tenían la misma apariencia. Su hechura era como si una rueda estuviese encajada dentro de la otra,
11 para poder rodar en las cuatro direcciones sin tener que girar al rodar, pues ya de antemano estaban orientadas en la dirección en que rodaban. No se volvían al avanzar.
12 La circunferencia de las cuatro llantas estaba llena de ojos.
13 Oí que a las ruedas las llamaban La Carroza.
14 Cada querubín tenía cuatro caras: de querubín, de hombre, de león y de águila.
15 Los querubines se elevaron. Éstos eran los seres vivientes que yo había visto a orillas del río Quebar.
16 Al caminar los querubines, avanzaban a su lado las ruedas. Las ruedas no se apartaban de su lado, ni siquiera cuando los querubines levantaban las alas para remontarse del suelo.
17 Se detenían cuando se detenían ellos y junto con ellos se elevaban, porque llevaban el espíritu de los seres vivientes.
18 Luego la gloria del Señor salió levantándose del umbral del templo y se colocó sobre los querubines.
19 Vi a los querubines levantar las alas, remontarse del suelo – sin separarse de las ruedas– y salir. Y se detuvo junto a la puerta oriental de la casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos.
20 Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines.
21 Tenían cuatro rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las alas,
22 su fisonomía era la de los otros que yo había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de frente.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  10,1-22La gloria se marcha. El templo ya no es el «lugar» apto para la presencia de Dios; primero, porque se ha convertido en lugar de abominaciones: ha sido profanado; segundo, porque está contaminado con cadáveres dispersos por todos lados, al igual que la ciudad. Ezequiel maneja toda esta simbología para transmitir la idea de por qué el Señor ya no puede estar más en tierra israelita. Desde el destierro, Ezequiel preparará el camino para una nueva etapa en la historia religiosa de su pueblo. Dios ha castigado con la espada, el hambre y la peste, y para rematar castiga ahora con su ausencia a todos los que han quedado en territorio israelita. Nótese cómo inmediatamente después de estos eventos el Señor mismo se compromete con sus fieles desterrados en la creación de unas realidades nuevas: retorno, nuevo corazón y, por tanto, nueva alianza (cfr. 11,17-21).