I Macabeos 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 33 versitos |
1

Demetrio I
2 Mac 14,1-10

El año ciento cincuenta y uno Demetrio de Seleuco se marchó de Roma, desembarcó con unos pocos en una ciudad de la costa y allí empezó su reinado.
2 Cuando iba a entrar en el palacio real de sus antepasados, las tropas apresaron a Antíoco y Lisias para llevárselos a Demetrio.
3 Se lo dijeron a Demetrio, y respondió:
–¡No quiero ni verles la cara!
4 Entonces los soldados los mataron, y Demetrio subió al trono imperial.
5 Todos los israelitas renegados e impíos acudieron a él, guiados por Alcimo, que aspiraba al cargo de sumo sacerdote,
6 y acusaron al pueblo ante el rey:
Judas y sus hermanos han exterminado a todos tus partidarios, y a nosotros nos han expulsado de nuestro país.
7 Envía a uno de tu confianza a inspeccionar los destrozos que nos ha causado Judas, a nosotros y a tu provincia, y a castigarlos a ellos y a todos los que los apoyan.
8 El rey eligió a Báquides, del grupo de los amigos del rey, gobernador de la zona occidental del Éufrates, hombre influyente y de su confianza.
9 Lo envió con el impío Alcimo, confirmado en el cargo de sumo sacerdote, con orden de castigar a los israelitas.
10 Partieron. Entraron en Judá con un ejército numeroso, y mandaron una embajada a Judas y sus hermanos, con falsas propuestas de paz.
11 Pero los judíos, al verlos con un ejército tan numeroso no hicieron caso a la embajada;
12 sin embargo, una comisión de escribas se reunió con Alcimo y Báquides para buscar una solución justa;
13 los primeros en pedir la paz por parte de los israelitas eran los Leales,
14 porque decían:
– El que ha venido con el ejército es un sacerdote de la estirpe de Aarón; no nos va a traicionar.
15 Báquides habló con ellos en son de paz y les juró:
– No los maltrataremos, ni a ustedes, ni a sus amigos.
16 Ellos le creyeron, pero él hizo arrestar y ejecutar a sesenta de ellos en un solo día, según aquel texto de la Escritura:
17 Desparramaron los cadáveres
y la sangre de tus fieles
alrededor de Jerusalén,
y nadie los entierra.
18 A la gente le entró pánico ante los invasores. Se comentaba:
– No tienen sinceridad ni honradez; han faltado a su palabra y a su juramento.
19 Después Báquides marchó de Jerusalén para acampar en Betsaid. Mandó apresar a muchos de los suyos, que habían desertado, y a algunos del pueblo, los asesinó y los arrojó a la cisterna grande.
20 Luego puso la provincia en manos de Alcimo, dejando un destacamento para apoyarlo, y se volvió adonde estaba el rey.
21 Alcimo tuvo que luchar para defender su cargo de sumo sacerdote;
22 se le unieron todos los agitadores del pueblo y se adueñaron de Judá, haciendo un estrago enorme en Israel.
23 Cuando Judas vio que Alcimo y su gente hacían más daño a los israelitas que los paganos,
24 salió por todo el territorio de Judá para castigar a los desertores e impedirles hacer correrías por la región.
25 Y al ver Alcimo que Judas y los suyos se rehacían, comprendió que no podría resistirles, y se volvió al rey, con gravísimas acusaciones.
26

Derrota de Nicanor
2 Mac 14,12-36

Entonces el rey envió a Nicanor, uno de sus más famosos generales, enemigo mortal de los israelitas, con el encargo de exterminar al pueblo.
27 Nicanor llegó a Jerusalén con un gran ejército, y envió a Judas y sus hermanos este mensaje, con palabras fingidas de amistad:
28 – No nos peleemos. Yo saldré con una pequeña escolta para celebrar con ustedes una entrevista amistosa.
29 Llegó a donde estaba Judas, y se saludaron amistosamente, pero los enemigos estaban preparados para secuestrar a Judas.
30 Judas se enteró de que la visita de Nicanor era una trampa, y le tomó tal miedo que no quiso volver a verlo.
31 Entonces Nicanor se dio cuenta de que su plan había sido descubierto, y salió a luchar contra Judas, junto a Cafarsalán.
32 Nicanor tuvo unas quinientas bajas, y los demás huyeron a la Ciudad de David.
33 Después de estos sucesos, Nicanor subió al monte Sión. Algunos sacerdotes y ancianos del pueblo salieron del templo para saludarle amistosamente y mostrarle el holocausto que se ofrecía por el rey.

34 Pero él los despreció, se burló de ellos, los escupió, profiriendo insolencias,

35 y juró encolerizado:
– Si no me entregan ahora mismo a Judas y a su ejército, cuando yo vuelva victorioso incendiaré este templo.
Y salió enfurecido.

36 Los sacerdotes entraron, y de pie frente al altar y el santuario dijeron entre lágrimas:

37– Tú elegiste este templo dedicado a tu Nombre para que sirviera a tu pueblo de casa de oración y súplica.

38 Castiga a ese hombre y a su ejército. ¡Que caiga a filo de espada! Recuerda sus blasfemias, no les des reposo.

39 Nicanor salió de Jerusalén y acampó en Bet-Jorón; allí se le añadió un ejército sirio.

40 Judas acampó en Adasa con tres mil hombres, y rezó así:

41– Cuando los embajadores del rey blasfemaron, salió tu ángel y les mató a ciento ochenta y cinco mil.

42 Aplasta hoy igualmente a este ejército ante nuestros ojos, para que sepan todos que blasfemó contra tu templo. ¡Júzgalo como merece su maldad!

43 Los ejércitos entraron en combate el trece de marzo. El ejército de Nicanor fue derrotado; el primero en caer fue el mismo Nicanor,

44 y sus soldados, al ver que había caído, arrojaron las armas y huyeron.

45 Los judíos los persiguieron una jornada, desde Adasa hasta Guézer, tocando las trompetas detrás de ellos.

46 De todos los poblados judíos a la redonda salió gente para cercar a los que huían, que se volvían unos contra otros; todos cayeron a espada, no quedó ni uno.

47 Luego agarraron el botín y los despojos. A Nicanor le cortaron la cabeza y la mano derecha, que había extendido insolentemente, y las llevaron para colgarlas frente a Jerusalén.

48 El pueblo se alegró muchísimo, y festejaron aquel día como si fuera una gran fiesta.

49 Determinaron celebrar anualmente aquella fecha, trece de marzo.

50 Judá tuvo paz por algún tiempo.

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Introducción a I Macabeos

1 MACABEOS

Contexto histórico. A la muerte de Alejandro, su imperio, apenas sometido, se convierte en escenario de las luchas de los herederos. En menos de veinte años se realiza una división estable en tres zonas: Egipto, Siria y el reino macedonio. Palestina, como zona intermedia, vuelve a ser terreno disputado por los señores de Egipto y Siria. Durante todo el siglo III a.C. dominaron benévolamente los tolomeos, siguiendo una política de tolerancia religiosa y explotación económica. En el 199 a.C., Antíoco III de Siria se aseguró el dominio de Palestina y concedió a los judíos en torno a Jerusalén autonomía para seguir su religión y leyes, con obligación de pagar tributos y dar soldados al rey.
En el primer siglo del helenismo, los judíos, más o menos como otros pueblos, estuvieron sometidos a su influjo, y se fue realizando una cierta simbiosis espiritual y cultural, sin sacrificio de la religión y las leyes y tradiciones paternas. El siglo siguiente, las actitudes diversas frente al helenismo fraguan en dos partidos opuestos: el progresista, que quiere conciliar la fidelidad a las propias tradiciones con una decidida apertura a la nueva cultura internacional, y el partido conservador, cerrado y exclusivista. En gran parte, las luchas que narra este libro son luchas judías internas o provocadas por la rivalidad de ambos partidos.
Antíoco IV hace la coexistencia imposible al escalar las medidas represivas (aquí comienza el libro). Los judíos reaccionaron primero con la resistencia pasiva hasta el martirio; después abandonaron las ciudades en acto de resistencia pasiva; finalmente, estalló la revuelta a mano armada. Primero en guerrillas, después con organización más amplia, lucharon con suerte alterna desde el 165 hasta el 134 a.C.; hasta que los judíos obtuvieron la independencia bajo el reinado del asmoneo Juan Hircano.
En tiempos de este rey y con el optimismo de la victoria se escribió el primer libro de los Macabeos, para exaltar la memoria de los combatientes que habían conseguido la independencia, y para justificar la monarquía reinante. Justificación, porque Juan Hircano era a la vez sumo sacerdote y rey, cosa inaudita y contra la tradición. Si la descendencia levítica podía justificar el cargo sacerdotal, excluía el oficio real, que tocaba a la dinastía davídica de la tribu de Judá.

Mensaje del libro.
El autor, usando situaciones paralelas y un lenguaje rico en alusiones, muestra que el iniciador de la revuelta es el nuevo Fineés (Nm 25), merecedor de la función sacerdotal; que sus hijos son los nuevos «jueces», suscitados y apoyados por Dios para salvar a su pueblo; que la dinastía asmonea es la correspondencia actual de la davídica.
Más aún, muestra el nuevo reino como cumplimiento parcial de muchas profecías escatológicas o mesiánicas: la liberación del yugo extranjero, la vuelta de judíos dispersos, la gran tribulación superada, el honor nacional reconquistado, son los signos de la nueva era de gracia.
El autor no vivió (al parecer) para contemplar el fracaso de tantos esfuerzos e ilusiones, es decir, la traición por parte de los nuevos monarcas de los principios religiosos y políticos que habían animado a los héroes de la resistencia. Fueron otros quienes juraron odio a la dinastía asmonea y con su influjo lograron excluir de los libros sagrados una obra que exaltaba las glorias de dicha familia.
Por encima del desenlace demasiado humano, el libro resultó el canto heroico de un pueblo pequeño, empeñado en luchar por su identidad e independencia nacional: con el heroísmo de sus mártires, la audacia de sus guerrilleros, la prudencia política de sus jefes. La identidad nacional en aquel momento se definía por las «leyes paternas» frente a los usos griegos, especialmente las más distintivas. Por el pueblo, así definido, lucharon y murieron hasta la victoria.
El libro es, por tanto, un libro de batallas, con muy poco culto y devoción personal. Dios apoya a los combatientes de modo providencial, a veces inesperado, pero sin los milagros del segundo libro de los Macabeos y sin realizar Él solo la tarea, como en las Crónicas. El autor es muy parco en referencias religiosas explícitas, pero el tejido de alusiones hace la obra transparente para quienes estaban familiarizados con los escritos bíblicos precedentes.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Macabeos 7,1-25Demetrio I. Demetrio I, heredero legítimo de Seluco IV no pudo ocupar el trono al morir su padre, ya que siendo todavía un niño fue arrestado y llevado a Roma. Asumió el poder su hermano Antíoco IV y luego su sobrino Antíoco V, a quien Demetrio considera un usurpador. Demetrio escapa de Roma y con el apoyo de una parte del ejército, retoma el poder y se proclama rey en el año 161 a.C. Sus generales asesinan a Antíoco V y a Lisias. Con la llegada de Demetrio al poder, se agudiza el conflicto entre los dos grupos judíos: los «renegados» -prohelenistas- y los tradicionales -promacabeos-. Los judíos «renegados» acuden nuevamente ante el emperador para acusar de traidores a sus propios hermanos. Para esta misión se apoyan en Alcimo -nombre helenizado de Joaquín-, nombrado sumo sacerdote por el emperador (9) pero rechazado por los judíos tradicionales por su corte helenista y su actitud servil ante el imperio de turno. Alcimo y los «renegados» le declaran la guerra a sus propios hermanos (21-25). Judas Macabeo responde de igual manera (23s). Es triste ver cómo la ausencia en los dirigentes de una conciencia alimentada por el diálogo, la tolerancia, la justicia y el amor, termina dividiendo y enfrentando a los propios hermanos, mientras los poderosos, verdaderos causantes del mal, aprovechan las circunstancias para perpetuar su dominio.


I Macabeos 7,26-50Derrota de Nicanor. Alcimo pide ayuda a Demetrio, quien manda a Nicanor, su mejor general, para atacar a los judíos y quitarles la poca autonomía que mantenían. La estrategia de Nicanor se basa en el engaño so pretexto de un proceso de diálogo y negociación. ¿Cómo lograr que la palabra, igual que la de Dios en el primer capítulo del Génesis o la de Jesús, sea siempre una palabra creadora de vida, sincera y confiada, y no una palabra que se utiliza para engañar y destruir la vida? Ser hombres y mujeres de palabra es un buen punto de partida para que los diálogos de las personas y los pueblos sean fructíferos y eficaces.
La batalla final sigue un esquema conocido en el Antiguo Testamento: presentación de los ejércitos, oración pidiendo la intervención de Dios, la batalla, derrota y muerte del invasor, huída del resto del ejército enemigo y fiesta de los triunfadores (cfr. 2Re_18:17-19, 37). El triunfo macabeo se convierte en una fiesta con intenciones de repetirla anualmente. Sin embargo, muy pronto dejó de celebrarse, probablemente por su proximidad con la fiesta de Purim (14 de marzo). Este final, con sabor a triunfo liberador y tiempo de paz, recuerda las gestas narradas en el libro de los Jueces.
Dos hechos para reflexionar desde una perspectiva cristiana. El primero, la actitud poco tolerante y violenta de Judas Macabeo, quien después del pacto firmado con Lisias, recorría el país matando y maltratando los judíos «desertores» (7,23). La segunda, colocar a Dios como un general del ejército que manda a sus ángeles a matar los enemigos de quienes elevan sus oraciones al cielo. Aunque Jesús es duro con los enemigos del pueblo y de los pobres, la justicia y la paz no se consiguen con la violencia, sino con la concientización y la organización de los pueblos.