Amos  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
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Visiones
Éx 32,7-14; Nm 14,11-19

Tres primeras visiones
Esto me mostró el Señor: Preparaba langostas cuando comenzaba a crecer la hierba – la hierba que brota después de la que se corta para el rey– ;
2 y cuando ellas terminaron de devorar la hierba del país, yo dije: Señor, perdona: ¿cómo podrá resistir Jacob si es tan pequeño?
3 Con esto se compadeció el Señor, y dijo: No sucederá.
4 Esto me mostró el Señor: El Señor citaba al fuego para juzgar, un fuego que devoraba el gran Océano y devoraba los campos:
5 Yo dije: ¡Basta, Señor, por favor!, ¿cómo podrá resistir Jacob si es tan pequeño?
6 Con esto se compadeció el Señor, y dijo: Tampoco esto sucederá.
7 Esto me mostró el Señor: Estaba de pie junto al muro con una plomada de albañil en la mano.
8 El Señor me preguntó: –¿Qué ves, Amós? Respondí: – Una plomada de albañil. Me explicó: – Voy a tirar la plomada en medio de mi pueblo, Israel; ya no volveré a perdonarlo;
9 quedarán desoladas las lomas de Isaac, arruinados los santuarios de Jacob; empuñaré la espada contra la dinastía de Jeroboán.
10

Amós y Amasías
Jr 36; 38

Amasías, sacerdote de Betel, envió un mensaje a Jeroboán, rey de Israel:
– Amós está conspirando contra ti en medio de Israel; el país ya no puede soportar sus palabras.
11 Así predica Amós: A espada morirá Jeroboán, Israel marchará de su país al destierro...
12 Amasías ordenó a Amós:
– Vidente, vete, escapa al territorio de Judá; allí te ganarás la vida, allí profetizarás;
13 pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el templo real, es el santuario nacional.
14 Respondió Amós a Amasías:
– Yo no era profeta ni discípulo de profeta; era pastor y cultivaba higueras.
15 Pero el Señor me arrancó de mi ganado y me mandó ir a profetizar a su pueblo, Israel.
16 Pues bien, escucha la Palabra del Señor:
Tú me dices:
No profetices contra Israel,
no pronuncies oráculos
contra la casa de Isaac.
17 Por eso el Señor dice:
Tu mujer
será deshonrada en la ciudad,
tus hijos e hijas morirán a espada;
tu tierra será repartida a cordel,
tú morirás en tierra pagana,
Israel marchará
de su país al destierro.

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Introducción a Amos 

AMOS

El profeta y su época. El profeta Amós nació en Tecua, a veinte kilómetros al sur de Jerusalén, en el reino de Judá; pero su actividad profética se desarrolló en el norte: en el reino de Israel. Gracias a su oficio de ganadero o granjero, gozó de una situación económica desahogada, que le permitió adquirir una buena formación intelectual y aprender el arte literario. Pero de aquella situación tranquila lo arrancó la llamada de Dios (7,10-14), para convertirlo en profeta de Israel. Amós predicó bajo el reinado de Jeroboán II (782-753 a.C.), en una época de paz y prosperidad material. Pero, si hemos de tomar como descripción general los datos de Oseas y de Amós, aquella sociedad estaba enferma de injusticia social, de sincretismo religioso e idolatría, y de una exagerada confianza en los recursos humanos.
Además de denunciar vigorosamente las injusticias sociales, el lujo, la satisfacción humana, Amós predice la catástrofe inminente. Extraña predicción en un momento en que el enemigo próximo, Damasco, está sin fuerzas para rehacerse, y el enemigo remoto y terrible, Asiria, no puede pensar en campañas occidentales. Pero Amós sabe que Israel está «madura» para la catástrofe, y, de hecho, el año 746 a.C. muere Jeroboán II, al año siguiente sube al trono de Asiria Tiglat Piléser III, que será el comienzo del fin para Israel. Con todo, Amós cierra su profecía con un oráculo de esperanza.

Mensaje religioso. El mensaje del profeta es de indignación y denuncia ante la explotación del pueblo humilde a manos de una minoría coaligada de políticos y aristócratas. Amós hace eco de la indignación de Dios, a quien presenta como un león, que ruge antes de hacer presa; el profeta es la voz de su rugido (3,4.8), que denuncia e invita a la conversión; si ésta no llega, el león hará presa (3,12; 5,19). El juicio de Dios comenzará por los pueblos circundantes (1,3-2,3), pasará a Judá (2,4s) y culminará en Israel (2,6-16). Israel es culpable de múltiples injusticias, de lujo inmoderado, de vanas complacencias, de cultos idolátricos; la injusticia vicia el culto legítimo (5,21-25), la idolatría lo corrompe.
La clase alta y el pueblo engañado piensan que pueden continuar con sus injusticias evitando las consecuencias: sea con el culto (5,21-23), sea con la riqueza y las fortificaciones (6,1), sea sobre todo con un supuesto «día del Señor» en que Dios será propicio a su pueblo. Ese día vendrá, pero será funesto (5,17s); el Señor pasará, pero castigando (5,16s); la elección será redoblada responsabilidad (3,2), y el encuentro con Dios será terrible (4,12).
Amós ataca el lujo de los ricos por lo que tiene de inconsciencia y falta de solidaridad (6,4-6); además, porque muchas riquezas han sido adquiridas explotando a los pobres (4,1; 5,11). Ataca las devotas y frecuentes peregrinaciones que no inciden en la vida. Denuncia la ilusión del pueblo porque se siente elegido y sacado de Egipto.
Como el pueblo no ha escarmentado en una serie de castigos (4,6-11), llegará a un juicio definitivo, de hambre y sed, luto y duelo (8,9-14); pero después de castigar a los pecadores (9,8.10) vendrá la restauración (9,11-15). Así termina en tonalidad de esperanza un libro de vibrantes denuncias que han hecho de Amós el «profeta de la justicia social».

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Amos  7,1-9(Cap. 7:1-9:15) Visiones. La segunda parte del libro está compuesta por cinco visiones sumamente simples, pero cargadas de mucho significado. Se intercalan el incidente de Amós con el sacerdote Amasías (7,10-17) y un nuevo oráculo contra la clase poderosa del reino del Norte (8,4-14), para terminar con una especie de confesión de fe sobre el único señorío de Dios en la historia. Conviene resaltar varios elementos de esta segunda parte, organizados como las piezas de un ensamblaje que ayudan a ver la «lógica» armónica de todo el libro: 1. La visión como algo constitutivo del ministerio profético. 2. La urgencia interior del profeta, que lo obliga a hablar «a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella». 3. Otro elemento constitutivo de la experiencia del profeta es la intercesión. 4. La independencia del profeta respecto al poder y al poderoso de turno. 5. La conciencia de su identificación con la causa del Señor, la cual coincide perfectamente con la causa del empobrecido, del marginado, del sin-nada. 6. La experiencia profunda de Dios, que le lleva a la firme convicción de que la palabra que anuncia es Palabra de Dios. 7. El verdadero profeta no se «gana» la vida profetizando; al profeta asalariado no le importa mucho la causa del Señor, sino la causa de su amo, que nunca coincide con la causa de los empobrecidos.

7:1-9 Tres primeras visiones. En los versículos 1-6 encontramos las dos primeras visiones, que poseen, por lo menos, dos cosas en común: 1. Se trata del plan del Señor para exterminar a su pueblo valiéndose de dos catástrofes naturales: la plaga de las langostas (1-2a) y una sequía (4). 2. Del modo más natural, Amós ejercita el ministerio de la intercesión por el pueblo (2b.5), ante lo cual el Señor se arrepiente y se abstiene de destruirlo (3.5). La intercesión, como sabemos, era otro de los elementos constitutivos del ministerio profético (cfr. Jer_14:19-22; Jer_37:3; Jer_42:2). El motivo de la intercesión de Amós coincide con el motivo del arrepentimiento del Señor: la pequeñez del pueblo. Pero, ¿sabrá mantener Israel esa conciencia de ser «pequeño» y necesitado de Dios?
En los versículos 7-9 encontramos la tercera visión, que está relacionada con algo que se había convertido en escena común en Israel: la fabricación de lanzas y espadas para la guerra. Una buena cantidad de comentadores sólo ven aquí la figura de un hombre que trata de nivelar un muro con la plomada. Pero el contexto histórico y las palabras que cierran la visión nos ayudan a entender más bien la febril actividad de la industria bélica, donde se utilizaba el estaño o el mineral de donde se extrae dicho metal. Poseer esta materia prima era claro símbolo de poder militar. Pues bien, con esas mismas armas que se empeña en fabricar Israel, el Señor combatirá a Jeroboán, es decir, a todo el reino del norte.
Muy difícilmente, la imagen de un albañil que nivela un muro con su plomada suscitaría una conclusión de tipo bélico, y más difícil aún, esa misma imagen haría que Amasías enviase emisarios al rey reportando la presencia de un terrorista en el reino. En esta visión, Amós sabe que no tiene caso interceder. Israel mismo ha elegido su destino en cabeza de sus dirigentes; ni Dios mismo puede echar para atrás esa decisión. Israel va a la autodestrucción por su propia voluntad, como de hecho sucede con todos los se creen como el Israel de este período.


Amos  7,10-17Amós y Amasías. Cuando la religión depende de la institución política oficial, irremediablemente se presentan incidentes como éste entre Amós, profeta de Dios, y Amasías, sacerdote a sueldo del santuario del rey. Las perspectivas son totalmente contrarias: mientras que la voz de Amós, conciencia crítica de un sistema que poco a poco se autodestruye, busca en el fondo salvar al pueblo, Amasías, con la típica visión obtusa de quien sólo piensa en el poder establecido, no puede sino concluir que se trata de un conspirador, un terrorista que atenta contra la seguridad y la «legitimidad» de la nación. ¡Lo mejor de todo es que, desde su pobre mentalidad, se siente obligado a darle un «buen» consejo al profeta y recordarle que se halla en «el espacio» del rey!
Semejante atrevimiento hace que Amós revele el origen y sentido de su vocación. Si Amós fuera profeta a sueldo, lo último que se le ocurriría sería tocar los «intereses» del rey; pero por tratarse de un hombre de Dios, profeta del Señor, su acción no puede circunscribirse a espacios «autorizados», ni su voz puede tener las características de dulce melodía para todo el mundo. El trágico final del pobre Amasías es premonitorio: así termina la institución religiosa cuando su horizonte se confunde con el horizonte de los opresores. Aquí hay una clave muy clara que permite o que impulsa a la crítica sana de las religiones modernas.