Josué 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

Los gabaonitas

Cuando se enteraron los reyes de Cisjordania, de la montaña, de la Sefela y de toda la costa mediterránea hasta el Líbano – hititas, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebuseos–
2 se aliaron para luchar contra Josué e Israel bajo un mando único.
3 Los de Gabaón se enteraron de lo que había hecho Josué con Jericó y con Ay
4 y actuaron por su parte astutamente; fueron y tomaron provisiones, cargaron los burros con alforjas viejas y odres de vino viejos, rotos y recosidos;
5 se pusieron sandalias viejas y remendadas y se echaron encima unos mantos viejos; todo el pan que llevaban de comida era pan duro y desmigajado.
6 Fueron al campamento de Guilgal y dijeron a Josué y a los israelitas:
– Venimos de un país lejano. Hagan un tratado de paz con nosotros.
7 Los israelitas respondieron a aquellos heveos:
– A lo mejor viven aquí cerca. ¿Cómo vamos a hacer un tratado de paz con ustedes?
8 Ellos contestaron a Josué:
– Somos vasallos tuyos.
Él insistió:
–¿Quiénes son ustedes y de dónde vienen?
9 Le respondieron:
– Venimos de un país muy lejano, atraídos por la fama del Señor, tu Dios; porque hemos oído hablar de él, de todo lo que hizo en Egipto,
10 y de la manera cómo trató a los dos reyes amorreos de Transjordania: Sijón, rey de Jesbón, y Og, rey de Basán, en Astarot.
11 Nuestros ancianos y la gente de nuestro país nos encargaron: Tomen provisiones para el viaje y marchen a su encuentro a ofrecerse como vasallos suyos. Hagan por tanto una alianza con nosotros.
12 Miren nuestro pan: lo tomamos caliente en casa el día que emprendimos el viaje hasta aquí, y ya lo ven, está duro y convertido en migajas.
13 Éstos son los odres de vino: los llenamos nuevos, y ahora están rotos. Éstos son nuestros mantos y las sandalias, gastados por el largo camino.
14 Entonces los israelitas probaron de las provisiones de los viajeros, sin consultar al Señor.
15 Y Josué les firmó un tratado de paz, comprometiéndose a respetar sus vidas; así se lo juraron también los representantes de la asamblea.
16 Pero tres días después de haber pactado con ellos se enteraron de que eran vecinos, que vivían allí cerca;
17 porque los israelitas levantaron el campamento y al tercer día de marcha llegaron a sus poblados: Gabaón, Quefira, Beerot y Quiriat Yearim.
18 No los atacaron, porque los representantes de la asamblea les habían hecho un juramento por el Señor, Dios de Israel; pero toda la asamblea murmuró contra sus representantes.
19 Entonces los representantes dieron explicaciones a la asamblea:
– Nosotros les hicimos un juramento por el Señor, Dios de Israel; así que ahora no podemos atacarlos.
20 Pero vamos a hacer lo siguiente: respetaremos sus vidas, y así no nos vendrá un castigo por quebrar el juramento que les hicimos.
21 Los representantes les dijeron: Que queden con vida, pero que sean leñadores y aguateros de todo el pueblo.
Se acordó lo que habían propuesto los representantes.
22 Josué mandó llamar a los gabaonitas y les dijo:
–¿Por qué nos engañaron, diciendo que eran de muy lejos, siendo así que viven cerca de nosotros?
23 Ahora pesa sobre ustedes una maldición, serán para siempre leñadores y aguateros del templo de mi Dios.
24 Le contestaron:
– Nosotros, servidores tuyos, estábamos informados de lo que el Señor, tu Dios, había dicho a su siervo Moisés: que les daría todo el país, y a todos sus habitantes los aniquilaría ante ustedes; entonces, temblando por nuestra vida, discurrimos aquello.
25 Ahora estamos en tus manos: haz de nosotros lo que te parezca bien y justo.
26 Josué los trató como había dicho: los protegió de los israelitas para que no los mataran,
27 pero aquel día los hizo leñadores y aguateros de la asamblea y del altar del Señor, hasta el día de hoy, donde el Señor quisiera.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Josué 9,1-27Los gabaonitas. El episodio de los gabaonitas se parece, amplificado, al de Rajab. Está dominado por la confesión de unos paganos y el juramento de los israelitas, y termina con la incorporación de un pueblo a la comunidad de Israel. Si Rajab representaba la incorporación de familias aisladas, los gabaonitas representan la incorporación de poblaciones enteras que equilibran el carácter militar de la ocupación cananea. Muchos indicios históricos muestran que la ocupación del territorio cananeo fue más bien pacífica, comenzando por zonas despobladas y disponibles para extenderse y consolidar relaciones con las poblaciones ya asentadas. El libro de Josué ha querido dar relieve al aspecto militar al seleccionar unos cuantos episodios bélicos, lo cual hace más interesante por contraste el presente capítulo pacífico. El relato recoge un tema literario muy conocido en el folclore: el burlador burlado o burla y respuesta. El narrador se complace en detallar los preparativos y el funcionamiento del engaño, sin preocuparse demasiado por la verosimilitud. Sobre ese tejido narrativo se sobrepone la visión religiosa y se hace sentir la preocupación programática del deuteronomista (D). En efecto, Deu_20:10.18 da instrucciones sobre el comportamiento con las poblaciones paganas. Los gabaonitas eran heveos (7): sólo por el estatuto de ciudad remota y con pacto de vasallaje podían salvar la vida. Consiguen lo primero con engaño y astucia (4); lo segundo se lo aseguran con el juramento de los nuevos señores. Los jefes israelitas obran desconsideradamente, sin consultar al Señor (14). Su pequeña venganza es someter a los burladores a trabajos serviles.