Cantares  2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1

VII. Rosas y manzanos

Soy un narciso de la llanura,
2

una rosa de los valles.

Como rosa entre espinas
es mi amada entre las mozas.
3 Como manzano entre arbustos
es mi amado entre los mozos:
quisiera yacer a su sombra,
que su fruto es sabroso.
4

VIII. La mujer herida

Me llevaron a un banquete
y el Amor me declaró la guerra.
5 Tiéndanme sobre tortas de pasas,
recuéstenme sobre manzanas,
porque he sido herida por el Amor.
6 Su izquierda bajo mi cabeza
y su derecha me abraza.
7 ¡Les conjuro, muchachas de Jerusalén,
por las gacelas y ciervas del campo
no despierten ni desvelen al amor
que a él le plazca!
8

IX. Primavera

¡Un rumor...! ¡Mi amado!
Véanlo, aquí llega saltando por los montes,
brincando por las colinas!
9 Es mi amado un gamo,
parece un cervatillo.
Véanlo parado tras la cerca,
mirando por las ventanas,
atisbando por la reja.
10 Habla mi amado y me dice:
¡Levántate, amada mía,
preciosa mía, vente!
11 Mira, el invierno ya ha pasado,
las lluvias han cesado, se han ido.
12 Brotan flores en el campo,
llega el tiempo de los cánticos,
el arrullo de la tórtola
se oye en nuestra tierra;
13 en la higuera despuntan las yemas,
las vides abultadas perfumean.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, vente!
14 Paloma mía, en las grietas de la rocas,
en el escondrijo escarpado,
déjame ver tu figura,
déjame escuchar tu voz:
¡Es tan dulce tu voz,
es tan fascinante tu figura!
15 Atrápennos las raposas,
las raposas pequeñitas,
que destrozan nuestras viñas,
nuestras abultadas viñas.
16 Mi amado es mío y yo suya,
¡se deleita entre las rosas!
17 Hasta que surja el día,
y huyan las tinieblas,
ronda, amado mío,
sé como un gamo
aseméjate a un cervatillo
por las colinas hendidas.

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Introducción a Cantares 

CANTAR DE LOS CANTARES

Tema del Cantar. Un único tema recorre todo el poema del Cantar de los Cantares (o el «supremo cantar»): el amor de marido y mujer, el misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la plenitud de la unión en la fuerza creadora, en el poder fecundo del momento eterno. De esto nos habla este brevísimo libro de canciones para una boda, diálogo de novios recordando y esperando, de amantes que se buscan, cantan su amor, se unen, se vuelven a separar, superan las dificultades para unirse definitivamente.
Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina; si él es Salomón, ella es Sulamita, si él es «pastor de azucenas», ella es «princesa de los jardines». Son canciones con dos protagonistas por igual. Él y ella, sin nombre declarado, son todas las parejas del mundo que repiten el milagro del amor.
El amor del Cantar Bíblico cree en el cuerpo, contempla extasiado el cuerpo del amado y de la amada, y lo canta y lo desea. Lo contempla como cifra y suma de bellezas naturales: montañas, árboles, animales. La belleza total y multiforme de la creación reside en el cuerpo cantado: gacelas, gamos, cervatillos, palomas y cuervos, granadas y azucenas, palmeras y cedros, los montes del Líbano; también la belleza que fabrica el ser humano: joyas y copas, columnas y torres. Es un amor que rubrica y proclama que todas las criaturas que salieron de la mano del Creador son buenas, sobre todo el hombre y la mujer.
El amor de este libro todavía tiene resquicios de temor y dolor: raposas que destrozan, sorpresas nocturnas, llamadas en vano, búsquedas sin encuentro, las dos obscuridades del Abismo y de la Muerte...Todavía no es perfecto. Pero precisamente en su límite nos descubre un amor sin límites, sin sombra ni recuerdo de temor, la plenitud de amar a Dios y a todo en él.

Autor y estilo literario. Nada cierto sabemos sobre el autor o autores de las canciones o sobre el recopilador de la colección. La leyenda dice que su autor es Salomón y que lo compuso para su boda con una princesa egipcia, pero no pasa de ser una leyenda. Una ingeniosa y fantástica teoría dice que Salomón compuso el Cantar en su juventud, ya maduro los Proverbios, de viejo el Eclesiastés.
El estilo del Cantar se adapta al tema: es rico en imágenes y comparaciones, se complace en expresiones de doble sentido como corresponde al lenguaje erótico. Cuida mucho la sonoridad, pues los poemas se cantaban o recitaban.
¿Tiene una unidad y una progresión el libro? ¿Dónde comienza una escena y acaba otra? Imposible saberlo. Quien lea detenidamente el texto observará repeticiones de palabras y estribillos, pasará de un escenario a otro: del interior del palacio al campo abierto, por ejemplo. La luz y los colores, los sonidos y los olores, las metáforas y las comparaciones, la naturaleza y la historia, lo cotidiano y lo exótico, todo este arco iris de géneros literarios está al servicio de una intención: cantar al amor.

¿Qué amor canta el Cantar? ¿Cómo este libro, franco y atrevido, sobre el amor humano entró a formar parte de la Biblia como palabra inspirada de Dios? Porque de eso trata, del amor humano pura y simplemente. Esto hizo que el Cantar encontrara dificultades en la tradición judía para ser admitido como libro santo y que tuviera que ser defendido como tal en la famosa «Asamblea de Yamnia» (entre los años noventa y cien de nuestra era). El rabino Aquibá dijo en aquella ocasión: «el mundo entero no es digno del día en que fue dado a Israel el Cantar de los Cantares, ya que los hagiógrafos son santos, pero el Cantar de los Cantares es santísimo» (Yad III,5).
Puesto que el Cantar se prestaba a usos profanos, tuvo que «ser interpretado» para ser recibido en la Biblia. Así es cómo comenzó la interpretación «alegórica», que de la tradición judía pasó a la tradición cristiana: el Cantar habla del amor, sí, pero de Dios (el esposo) a Israel (su esposa). En el cristianismo los interlocutores serían Cristo y la Iglesia, Cristo y el alma, el Espíritu Santo y María. Se llegó incluso a decir que el libro propone un auténtico itinerario místico que finaliza en el matrimonio espiritual del alma con Dios a la manera del eros platónico.
Aunque sin negarla, hoy día no tenemos que recurrir a la alegoría para justificar la inspiración divina de estas canciones de amor. Antes que la lectura alegórica del libro está el sentido literal, y este sentido es ya teológico, y es el que nos llevará a una lectura superior de carácter alegórico ¿No es el amor humano digno de ser Palabra de Dios? El amor que procede de Dios nos lleva a Dios que es Amor. Si el amor del Cantar, sin perder nada de su intensidad, pudiera abarcar y abrazar a todos, ese amor sería la más alta encarnación del amor de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Cantares  2,1-17VII. Continuamos en el escenario campestre. La muchacha se experimenta encantadora, como un narciso o como una rosa, y libre en la sombra del valle. El muchacho ratifica lo que acaba de decir la joven: para él es la mujer más bella que existe. Intervienen en esta escena dos jóvenes: la amante que se presentó en el comienzo del libro y su interlocutor. Quien tiene la iniciativa, una vez más, es ella.

VIII. Un cambio de escenario en este nuevo epigrama. Estamos ahora en la sala de «un banquete». En esta sala irrumpe un guerrero inesperado: el Amor (en hebreo está sin artículo, y debemos entender que se trata de una personificación). La mujer es herida súbitamente y pide socorro. La herida es tan profunda, que sólo podrá sanar con la presencia y la figura del amado. Éste ha desparecido tan rápidamente como apareció, y ha dejado herida a la mujer. Si las compañeras de esta mujer no quieren pasar por semejante trance, que no despierten ni desvelen al amor (ahora con artículo, debiendo traducirse por «el amor»), hasta que a él le plazca. El campo de batalla nos permite pensar en el tercer personaje femenino presentado en el prólogo del libro: en la prostituta.

IX. Es el primer idilio del Cantar. Los verbos de movimiento y la voz dan unidad a la composición. Protagonista del idilio es la muchacha «fascinante» (14), que se presentó en el prólogo del libro (1,5). Ha soportado un invierno de ausencia. Ha llegado la primavera. Las flores del campo, las higueras que despuntan, las viñas abultadas, la estación de los cánticos, el arrullo de la tórtola, todo invita a celebrar el amor y a gozar de él. El oído despierto percibe la proximidad del amado, aunque no sea más que «un rumor...». A partir de ese momento se imagina cómo se acerca presuroso, cual gamo o cervatillo, cómo mira y atisba por la ventana y por la reja. Oye su voz, o ella misma pone palabras en boca del amado: «Levántate... Vente». Pero la muchacha se resiste. Convierte su casa en palomar, a pesar de que anhelaba como nadie la presencia del amado. El juego del amor es, a veces, demasiado cruel (Cnt_8:6). El muchacho se contentaría tan sólo con ver la figura «fascinante» de la muchacha y con escuchar su «dulce voz». Tras el conjuro contra las raposas que son un peligro para la viña no guardada en otro tiempo, la muchacha declara solemnemente: «Mi amado es mío y yo suya, ¡se deleita entre las rosas!». Mientras dure la noche, es tiempo de que el gamo o cervatillo ronde por las colinas hendidas. El lenguaje es alusivo y delicado. Aunque tanto la muchacha como el muchacho tienen voz en este bellísimo idilio, acaso sea tan sólo una fantasía de la muchacha, que sueña con la donación y posesión total.