Hechos 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 48 versitos |
1

Pedro y Cornelio

Vivía en Cesarea un tal Cornelio, capitán de la cohorte Itálica;
2 hombre piadoso, que veneraba a Dios con toda su familia. Hacía muchas limosnas al pueblo y oraba constantemente a Dios.
3 A eso de las tres de la tarde, vio claramente en una visión a un ángel de Dios que entraba en su habitación y le decía:
– Cornelio.
4 Él lo miró asustado y dijo:
–¿Qué quieres, Señor?
Le contestó:
– Tus oraciones y limosnas han subido a la presencia de Dios y son tenidas en cuenta.
5 Ahora envía gente a Jafa, a buscar a un tal Simón, por sobrenombre Pedro.
6 Se aloja en casa de Simón el curtidor, al lado del mar.
7 Cuando se marchó el ángel que le hablaba, llamó a dos criados y a un soldado piadoso y de confianza,
8 les explicó el asunto y los envió a Jafa.
9 Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar. Como era cerca del mediodía,
10 sintió apetito y quiso comer algo. Mientras se lo preparaban, cayó en éxtasis.
11 Vio el cielo abierto y un objeto como un mantel enorme, descolgado por las cuatro puntas hasta el suelo:
12 contenía toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves.
13 Y oyó una voz:
–¡Vamos, Pedro, mata y come!
14 Pedro respondió:
– De ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro.
15 Por segunda vez sonó la voz:
– Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro.
16 Esto se repitió tres veces y enseguida el objeto fue elevado al cielo.
17 Mientras Pedro, desconcertado, se interrogaba sobre el significado de la visión, los enviados de Cornelio que habían preguntado por la casa de Simón, se presentaron a la puerta,
18 y preguntaron si se alojaba allí Simón, de sobrenombre Pedro.
19 Pedro seguía dándole vueltas a la visión, cuando el Espíritu le dijo:
– Mira, tres hombres preguntan por ti.
20 Levántate, baja y sin dudarlo vete con ellos, porque yo los he enviado.
21 Pedro bajó a donde estaban y les dijo:
– Soy yo el que buscan, ¿para qué vinieron?
22 Contestaron:
– El capitán Cornelio, hombre honrado que venera a Dios, apreciado por todo el pueblo judío, ha recibido de un ángel santo el encargo de llamarte y escuchar tus palabras.
23 Pedro los hizo entrar y les dio alojamiento.
24 Al día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de Jafa. Al otro día llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba esperando y había reunido a sus parientes y amigos íntimos.
25 Cuando Pedro entró, Cornelio le salió al encuentro, y se arrodilló a sus pies en señal de veneración.
26 Pedro lo levantó y le dijo:
– Levántate, que yo no soy más que un hombre.
27 Conversando con él, entró y encontró a muchos reunidos,
28 entonces se dirigió a ellos diciendo:
– Ustedes saben que a cualquier judío le está prohibido juntarse o visitar a personas de otra raza. Pero Dios acaba de enseñarme que no se debe considerar profano o impuro a ningún hombre.
29 Por eso, cuando me llamaron, vine sin dudarlo. Ahora deseo saber para qué me han llamado.
30 Cornelio contestó:
– Hace tres días, a esta hora, estaba yo recitando la oración de la tarde en mi casa, cuando un hombre con un traje resplandeciente se presentó ante mí
31 y me dijo: Cornelio, tu oración y tus limosnas han sido escuchadas por Dios y son tenidas en cuenta.
32 Envía gente a Jafa y llama a Simón, por sobrenombre Pedro, que se aloja en casa de Simón el curtidor, junto al mar.
33 Enseguida te hice llamar y tú has tenido la bondad de venir. Estamos todos en presencia de Dios dispuestos a escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos.
34

En casa de Cornelio

Pedro tomó la palabra:
– Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que,
35 acepta a quien lo respeta y practica la justicia, de cualquier nación que sea.
36 Él comunicó su palabra a los israelitas y anuncia la Buena Noticia de la paz por medio de Jesús, el Mesías, que es Señor de todos.
37 Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan.
38 Cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder: él pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos del Diablo, porque Dios estaba con él.
39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén.
Ellos le dieron muerte colgándolo de un madero.
40 Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese,
41 no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su resurrección.
42 Nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos.
43 Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él, en su nombre reciben el perdón de los pecados.
44 Pedro no había acabado de hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los oyentes.
45 Los creyentes convertidos del judaísmo se asombraban al ver que el don del Espíritu Santo también se concedía a los paganos;
46 ya que los oían hablar en diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios.
Entonces intervino Pedro:
47 –¿Puede alguien impedir que se bauticen con agua los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?
48 Y ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Jesucristo. Ellos le rogaron que se quedaran unos días.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 10,1-33Pedro y Cornelio. Si hemos de juzgar por el espacio empleado, este relato que solemos llamar la conversión del Cornelio es uno de los más importantes del libro. ¿Conversión de Cornelio? Mejor sería llamarlo conversión de Pedro. Cornelio está abierto al Evangelio y no se resiste. El Evangelio está llegando a los paganos y Pedro duda y se resiste a abrirles la puerta. La intervención de Dios va a dar un vuelco dramático a la situación y ambos, Cornelio y Pedro, van a ser los protagonistas de un cambio radical en la Iglesia naciente.
Lucas presenta a los dos protagonistas de la narración mientras oraban: por una parte, el pagano Cornelio, ciudadano romano, capitán del batallón destacado en Cesarea, hombre de oración y muy caritativo con los pobres -de nuevo el detalle-. Por otra parte, Pedro orando en casa de un tal Simón el curtidor, y cavilando -podemos añadir nosotros- sobre el problema candente que tenía en aquellos momentos la Iglesia entre sus manos: ¿qué hacer con los paganos que pidan el bautismo? Para hacerse cristianos, ¿tenían los paganos que incorporarse primero plenamente al judaísmo, o parcialmente, o de ningún modo? Por lo visto, la conversión y el bautismo del eunuco etíope no había hecho mucho efecto en las «columnas» de la Iglesia.
A continuación, el narrador nos presenta a Jesús moviendo los hilos de la historia. A la misma hora, las dos de la tarde, estando Pedro y Cornelio en oración, dos intervenciones simultáneas y decisivas de Dios acercan el uno al otro. La visión libera a Pedro de prejuicios, tabúes y discriminaciones. Más grave que la distinción de alimentos en comestibles e impuros es la distinción de las personas entre judíos y paganos. El apóstol ya no puede llamar «impura» a ninguna persona. Ahora empieza realmente su conversión. Cornelio, por su parte, ve que las barreras caen y es animado a encontrarse con Pedro.
Lucas nos presenta el encuentro entre ambos con un lujo de detalles a cual más evocador. Dice, por ejemplo, que Pedro acudió a la cita con Cornelio acompañado de algunos hermanos de Jafa, aludiendo a la dimensión comunitaria de lo que iba a ocurrir. Después del saludo un poco aparatoso de Cornelio, Pedro responde simplemente: «Levántate, que yo no soy más que un hombre» (26). No existen más las distinciones: yo judío, tú pagano.


Hechos 10,34-48En casa de Cornelio. Pedro comienza diciendo que Dios no hace distinciones entre personas, que acepta a cualquiera que sea bueno y honrado sin mirar la raza o nación de la que procede. Nosotros, hoy, podríamos añadir: ni tampoco la religión que profesa. Por fin parece que Pedro ha comprendido. Sus palabras repiten el testimonio que ya venía dando entre los judíos sobre la persona de Jesús, su muerte y resurrección. Sólo que esta vez el auditorio es distinto, pues los oyentes son paganos. Pedro les pone al corriente de todo lo sucedido acerca de Jesús hasta llegar a la resurrección, a los testigos de ella y al mensaje universal que implica: el perdón para todos los que crean.
«Pedro no había acabado de hablar» (44), dice el narrador, cuando el Espíritu Santo se derrama sobre los oyentes ante la sorpresa mayúscula de Pedro y su comitiva. Para Lucas, las palabras del apóstol son como «inspiradas» y portadoras del Espíritu. El cuadro no puede ser más sugerente: los creyentes-judíos junto a los paganos compartiendo ahora un solo y único Espíritu. Pedro saca las consecuencias y a través del bautismo que les administra en el acto, Cornelio, sus parientes y amigos son incorporados a la comunidad cristiana. Un paso fundamental fue dado en la historia naciente de la Iglesia.