II Corintios 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Saludo

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios de Corinto y a todos los consagrados de la provincia entera de Acaya:
2 Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
3

Consuelo en la tribulación

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre compasivo y Dios de todo consuelo,
4 que nos consuela en cualquier tribulación, para que nosotros, podamos consolar a los que pasan cualquier tribulación con el mismo consuelo que recibimos de Dios.
5 Porque así como son abundantes nuestros sufrimientos por Cristo, así también por Cristo abunda nuestro consuelo.
6 Si sufrimos tribulaciones, es para consuelo y salvación de ustedes; si recibimos consuelos, es también para consuelo de ustedes, y esto les da fuerzas para soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros soportamos.
7 Nuestra esperanza respecto a ustedes es firme, porque sabemos que si comparten nuestros sufrimientos, también compartirán nuestro consuelo.
8 No quiero, hermanos, que desconozcan lo que tuvimos que aguantar en la provincia de Asia: algo que nos abrumó tan por encima de nuestras fuerzas, que no esperábamos salir con vida.
9 Nos sentíamos como condenados a muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino en Dios que resucita a los muertos.
10 Él nos libró de tan grave peligro de muerte y nos seguirá librando. Estoy seguro de que nos librará de nuevo
11 si ustedes colaboran rezando por nosotros. Y de esta manera, siendo muchos los que oren por nosotros, serán muchos los que agradezcan los beneficios recibidos.
12

Cambio de planes

Nuestro orgullo se apoya en el testimonio de nuestra conciencia: ella me asegura que por la gracia de Dios y no por prudencia humana, me he comportado con todo el mundo, y en particular con ustedes, con la sencillez y sinceridad que Dios pide.
13 En nuestras cartas no había segundas intenciones, no hay en ellas más de lo que ustedes han leído y entendido.
14 Y espero que comprendan plenamente lo que ya han comprendido en parte: que en el día de [nuestro] Señor Jesús podrán sentirse orgullosos de nosotros, como nosotros de ustedes.
15 Con esa confianza me propuse visitarlos primero a ustedes, para darles una nueva alegría,
16 seguir después a Macedonia y desde allí regresar nuevamente a ustedes, para que prepararan mi viaje a Judea.
17 Al proponerme esto, ¿actué precipitadamente? ¿Lo decidí por motivos humanos, en vaivén entre el sí y el no?
18 Dios me es testigo de que, cuando me dirijo a ustedes, no confundo el sí y el no;
19 porque el Hijo de Dios, Jesucristo, el que nosotros con Silvano y Timoteo les predicamos, no fue un sí y un no, ya que en él se cumplió el sí;
20 en efecto, en él todas las promesas de Dios cumplieron el sí, y así nosotros por él respondemos amén, a gloria de Dios.
21 Y es Dios quien nos mantiene, a nosotros y a ustedes, fieles a Cristo; quien nos ha ungido,
22 nos ha sellado y quien ha puesto el Espíritu como garantía en nuestro corazón.
23

Motivos del cambio de planes

Juro por mi vida y pongo a Dios por testigo que, si no fui a Corinto, fue por consideración a ustedes.
24 Porque no somos dueños de su fe – ya que en la fe se mantienen firmes– sino colaboradores que queremos aumentarles la alegría.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 1,1-2Saludo. Comienza la carta con la introducción acostumbrada que incluye: los remitentes con nombre y título, los destinatarios y el saludo. Como es habitual, Pablo se presenta con el título de «apóstol». En esta ocasión, sin embargo, no se trata de una presentación convencional sino de la reivindicación de un título que le corresponde por voluntad de Dios y llamada de Cristo Jesús. Toda la carta tratará de su apostolado y de la defensa de su misión apostólica, atacada y puesta en duda por aquellos a los que él llama «falsos apóstoles» y que pululaban, por lo visto, en la Iglesia de Corinto.
Como es frecuente en sus cartas, Pablo presenta a sus colaboradores, en este caso a Timoteo, uno de sus más fieles compañeros. Los destinatarios no son solamente los corintios sino también algunas comunidades dispersas por la provincia de Acaya entre las que seguramente su apostolado estaba también cuestionado. A todos los llama «consagrados» a Dios (1), participantes de su santidad como pueblo escogido (cfr. Éxo_19:6). «Gracia», saludo griego, y «paz», saludo hebreo, se trasladan unidos al contexto cristiano (cfr. Rom_1:7), como dones definitivos que da Dios, nuestro Padre y el Señor Jesucristo.


II Corintios 1,3-11Consuelo en la tribulación. Terminados los saludos, no se encuentra la habitual «acción de gracias» que encontramos en otras cartas (cfr. 1Ts_1:2s; 1Co_1:4; Rom_1:8) y que sirve tanto para marcar el objetivo de las mismas, como para alabar algún aspecto positivo de las comunidades cristianas y así captarse su benevolencia. Aquí aparece, en cambio, un himno de alabanza u oración de bendición solemne, casi litúrgica, que nos introduce de lleno en el contexto de la misma carta: el sufrimiento apostólico de Pablo y la consolación que proviene del «Padre compasivo y Dios de todo consuelo» (3). Los términos «tribulación», «sufrimiento» y «consuelo» son constantes.
¿A qué tribulación y sufrimiento está aludiendo Pablo? Sin duda, al producido por sus relaciones tormentosas con la misma comunidad de Corinto que tanto afectaron al Apóstol, y quizás, más en concreto, a una situación desesperada, un trance de vida o muerte por el que atravesó en la ciudad de Éfeso y del que se libró en el último momento. ¿Se trató de una gravísima enfermedad? No lo sabemos, pero debió ser una experiencia traumática de la «que no esperábamos salir con vida» (8).
De todo ello ofrece su testimonio personal a los corintios, un testimonio que el Apóstol transforma en mensaje evangélico. Los sufrimientos de Cristo son la clave de interpretación de todo sufrimiento humano, el de Pablo, el de los corintios, los nuestros. Compartir solidariamente la cruz de Cristo nos llevará también a compartir su resurrección, una victoria que ya experimentamos aquí y ahora en ese consuelo que va más allá del sentimiento y que es la fuerza que hace enderezar al que está a punto de doblarse. Además del vínculo del sufrimiento, el Apóstol menciona otro vínculo que le une a los corintios: la oración por el que sufre o está en peligro, y la acción de gracias por su liberación. Los sufrimientos de Pablo, tanto los personales como los ocasionados por la comunidad de Corinto, parecen haber pasado por ahora. Es el momento de la acción de gracias.
II Corintios 1,12-22Cambio de planes. Pablo pasa a deshacer un malentendido o a anular un reproche que, al parecer, le han hecho. En efecto, el itinerario proyectado incluía una segunda y una tercera visita a Corinto. La segunda, quizás para resolver personalmente los problemas locales (cfr. 13,1s). En vez de visitarles, les escribió una carta, y los corintios están quejosos de ese cambio de planes: Pablo promete y no cumple, parecen decir. En definitiva, están poniendo en duda su credibilidad apostólica.
Pablo se defiende de la manera como únicamente él sabe hacerlo, apelando al testimonio de Cristo Jesús que es quien dirige todos sus pasos e ilumina sus decisiones: «Ya no vivo yo sino es Cristo que vive en mí», afirmará en Gál_2:20. Es decir, no fue la prudencia humana la norma de su conducta con la comunidad sino la «sencillez y sinceridad que Dios pide» (12) y que son las características fundamentales de su ministerio apostólico. Acepta el hecho de que, por ahora, los corintios comprendan sólo en parte su actitud, por eso apela «al día del Señor», cuando la compresión mutua entre él y su comunidad será total y «podrán sentirse orgullosos de nosotros, como nosotros de ustedes» (14). El «día del Señor» o el horizonte futuro de la victoria total de Jesucristo está siempre presente, actuando y dando sentido a la vida y el ministerio del Apóstol hasta en sus más mínimos detalles.
Pablo les dice que él no juega con la comunidad diciendo ahora sí y después no. El ejemplo de su conducta es Cristo Jesús, «el que nosotros con Silvano y Timoteo les predicamos» (19). En Cristo cumple Dios todas sus promesas, por lo cual Él es el «sí» puro y total; y Pablo lo reconoce con su «amén» que es la expresión del regalo de la fe (cfr. Apo_3:14). Termina diciendo que el Espíritu, puesto por Dios en nuestros corazones, es el «sello», la «garantía» (cfr. Ef,Apo_1:13; Jer_32:10s) del don futuro y definitivo.