I Macabeos 6 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Muerte de Antíoco
2 Mac 9

El rey Antíoco recorría las provincias del norte cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro,
2 con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, corazas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia.
3 Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía,
4 salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.
5 Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado.
6 Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados,
7 habían derribado el altar construido sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Bet-Sur, ciudad que pertenecía al rey.
8 Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó, de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería.
9 Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría,
10 llamó a todos sus grandes y les dijo:
– El sueño ha huido de mis ojos. Me siento abrumado de pena
11 y me digo: ¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!
12 Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá sin motivo.
13 Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya ven, muero de tristeza en tierra extranjera.
14 Llamó a Filipo, un grande del reino, y lo puso al frente de todo el imperio.
15 Le dio su corona, su manto real y el anillo, encargándole la educación de su hijo Antíoco y de prepararlo para reinar.
16 El rey Antíoco murió allí el año ciento cuarenta y nueve.
17 Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey alzó por rey a su hijo Antíoco, criado por él de pequeño, y le dio el sobrenombre de Eupátor.
18

Antíoco Eupátor

Mientras tanto, la gente de la fortaleza tenía confinados a los israelitas en torno al templo, y no perdía ocasión de hacerles mal y favorecer a los paganos.
19 Judas se propuso acabar con ellos, y congregó a todo el ejército para asediarlos.
20 Se concentraron todos y empezaron el asedio el año ciento cincuenta, con catapultas y máquinas de asalto.
21 Algunos sitiados rompieron el cerco; se les juntaron algunos renegados de Israel
22 que fueron a decirle al rey:
–¿Cuándo piensas hacer justicia y vengar a nuestros hermanos?
23 Nosotros nos sometimos a tu padre voluntariamente, procedimos según sus instrucciones y obedecimos sus órdenes a la letra.
24 El resultado es que nuestros compatriotas han cercado la fortaleza y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a los nuestros que caían en sus manos y, han confiscado nuestros bienes.

25 Y no sólo extienden la mano contra nosotros, sino también contra todos los vecinos de su majestad.

26 Ahí los tienes, acampados ahora contra la fortaleza de Jerusalén, intentando conquistarla; han fortificado el santuario y Bet-Sur,

27 y si no te adelantas rápidamente, harán cosas mayores todavía, y ya no podrás detenerlos.

28 El rey se encolerizó al oír esto. Convocó a todos los grandes del reino, jefes de infantería y de caballería.

29 Y como también se le presentaron mercenarios del extranjero y de los países marítimos,

30 su ejército contaba cien mil infantes, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes amaestrados para la lucha.

31 Atravesando Idumea asediaron Bet-Sur. La lucha se prolongó muchos días; prepararon máquinas de asalto, pero los sitiados hicieron una salida y las incendiaron, luchando valientemente.

32 Entonces Judas levantó el cerco de la fortaleza y acampó junto a Bet-Zacarías, frente al campamento del rey.

33 De madrugada, el rey hizo avanzar su ejército a toda prisa por el camino de Bet-Zacarías. Las tropas se dispusieron a entrar en acción, y sonó la señal de ataque.

34 A los elefantes les habían dado vino de uva y de moras, para excitarlos a la lucha.

35 Los repartieron entre los escuadrones, asignando a cada elefante mil hombres protegidos con corazas y cascos de bronce, más quinientos jinetes escogidos:

36 donde estaba un elefante, allí estaban ellos; adonde iba, iban ellos, sin separarse de él.

37 Cada elefante llevaba encima, sujeta con un arnés, una torre de madera bien protegida. En cada torre iban el guía indio y cuatro guerreros, que disparaban desde allí.

38 El resto de la caballería, protegido por las tropas de a pie, iba en las dos alas del ejército, para hostigar al enemigo.

39 Cuando el sol relumbró sobre los escudos de oro y bronce, su reflejo en los montes los hizo resplandecer como antorchas.

40 Parte del ejército real estaba formado en las cumbres de los montes; otra parte en la ladera. Iban avanzando seguros y en perfecto orden.

41 Estremecía oír el fragor de aquella muchedumbre en marcha y el entrechocar de las armas. Realmente era un ejército inmenso y poderoso.

42 Judas y sus tropas avanzaron, y en el choque el ejército real tuvo seiscientas bajas.

43 Lázaro, apodado Avarán, se fijó en un elefante protegido con armadura real que sobresalía entre los demás elefantes; creyendo que el rey iba allí,

44 entregó su vida para salvar a su pueblo y ganarse así renombre inmortal:

45 corrió audazmente hacia el elefante, matando a diestra y siniestra por en medio del escuadrón, que se iba abriendo a ambos lados,

46 se metió bajo el elefante y le clavó la espada; el elefante se desplomó encima de él, y allí murió.

47 Los judíos, al ver la fuerza impetuosa del ejército real retrocedieron.

48 Los del ejército real subieron contra ellos hacia Jerusalén; el rey acampó con intención de invadir Judá y el monte Sión,

49 hizo un tratado de paz con los de Bet-Sur, que salieron de la ciudad – no tenían ya provisiones para resistir el asedio, porque era año sabático en el país– .

50 El rey ocupó Bet-Sur y acantonó allí una guarnición para su defensa.

51 Luego puso cerco durante muchos días al templo; instaló ballestas y máquinas de asalto, lanzallamas, catapultas, lanzadardos y hondas.

52 Los judíos hicieron también máquinas defensivas, y la lucha se prolongó muchos días.

53 Pero cuando se acabaron los víveres en los almacenes, porque era año séptimo, y los que se habían refugiado huyendo a Judá desde el extranjero habían consumido las últimas provisiones,

54 se quedaron pocos en el templo; el hambre apretaba, y se dispersaron cada cual por su lado.

55 Lisias se enteró de que Filipo, a quien el rey Antíoco había confiado en vida la educación de su hijo Antíoco como sucesor,

56 había vuelto de Persia y Media con las tropas de la expedición real y que intentaba hacerse con el poder.

57 Rápidamente determinó partir, y dijo al rey, a los generales y a las tropas:
– Cada día somos menos, tenemos pocas provisiones y el lugar que atacamos está fortificado; los asuntos del reino son urgentes.

58 Hagamos las paces con esa gente, firmemos un tratado con ellos y toda su nación,

59 permitiéndoles vivir según su legislación, como hacían antes. Porque, enfurecidos por haberles abolido su legislación, nos han hecho todo esto.

60 El rey y los jefes aprobaron la propuesta; ofrecieron la paz a los judíos, y éstos la aceptaron.

61 El rey y los jefes confirmaron el pacto con juramento, y así los judíos salieron de la fortaleza.

62 Pero cuando el rey llegó al monte Sión y vio aquellas fortificaciones quebrantó el juramento y mandó derribar la muralla entera.

63 Luego partió rápidamente y volvió a Antioquía donde encontró a Filipo que se había apoderado de la ciudad. El rey lo atacó y se la arrebató por la fuerza.

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Introducción a I Macabeos

1 MACABEOS

Contexto histórico. A la muerte de Alejandro, su imperio, apenas sometido, se convierte en escenario de las luchas de los herederos. En menos de veinte años se realiza una división estable en tres zonas: Egipto, Siria y el reino macedonio. Palestina, como zona intermedia, vuelve a ser terreno disputado por los señores de Egipto y Siria. Durante todo el siglo III a.C. dominaron benévolamente los tolomeos, siguiendo una política de tolerancia religiosa y explotación económica. En el 199 a.C., Antíoco III de Siria se aseguró el dominio de Palestina y concedió a los judíos en torno a Jerusalén autonomía para seguir su religión y leyes, con obligación de pagar tributos y dar soldados al rey.
En el primer siglo del helenismo, los judíos, más o menos como otros pueblos, estuvieron sometidos a su influjo, y se fue realizando una cierta simbiosis espiritual y cultural, sin sacrificio de la religión y las leyes y tradiciones paternas. El siglo siguiente, las actitudes diversas frente al helenismo fraguan en dos partidos opuestos: el progresista, que quiere conciliar la fidelidad a las propias tradiciones con una decidida apertura a la nueva cultura internacional, y el partido conservador, cerrado y exclusivista. En gran parte, las luchas que narra este libro son luchas judías internas o provocadas por la rivalidad de ambos partidos.
Antíoco IV hace la coexistencia imposible al escalar las medidas represivas (aquí comienza el libro). Los judíos reaccionaron primero con la resistencia pasiva hasta el martirio; después abandonaron las ciudades en acto de resistencia pasiva; finalmente, estalló la revuelta a mano armada. Primero en guerrillas, después con organización más amplia, lucharon con suerte alterna desde el 165 hasta el 134 a.C.; hasta que los judíos obtuvieron la independencia bajo el reinado del asmoneo Juan Hircano.
En tiempos de este rey y con el optimismo de la victoria se escribió el primer libro de los Macabeos, para exaltar la memoria de los combatientes que habían conseguido la independencia, y para justificar la monarquía reinante. Justificación, porque Juan Hircano era a la vez sumo sacerdote y rey, cosa inaudita y contra la tradición. Si la descendencia levítica podía justificar el cargo sacerdotal, excluía el oficio real, que tocaba a la dinastía davídica de la tribu de Judá.

Mensaje del libro.
El autor, usando situaciones paralelas y un lenguaje rico en alusiones, muestra que el iniciador de la revuelta es el nuevo Fineés (Nm 25), merecedor de la función sacerdotal; que sus hijos son los nuevos «jueces», suscitados y apoyados por Dios para salvar a su pueblo; que la dinastía asmonea es la correspondencia actual de la davídica.
Más aún, muestra el nuevo reino como cumplimiento parcial de muchas profecías escatológicas o mesiánicas: la liberación del yugo extranjero, la vuelta de judíos dispersos, la gran tribulación superada, el honor nacional reconquistado, son los signos de la nueva era de gracia.
El autor no vivió (al parecer) para contemplar el fracaso de tantos esfuerzos e ilusiones, es decir, la traición por parte de los nuevos monarcas de los principios religiosos y políticos que habían animado a los héroes de la resistencia. Fueron otros quienes juraron odio a la dinastía asmonea y con su influjo lograron excluir de los libros sagrados una obra que exaltaba las glorias de dicha familia.
Por encima del desenlace demasiado humano, el libro resultó el canto heroico de un pueblo pequeño, empeñado en luchar por su identidad e independencia nacional: con el heroísmo de sus mártires, la audacia de sus guerrilleros, la prudencia política de sus jefes. La identidad nacional en aquel momento se definía por las «leyes paternas» frente a los usos griegos, especialmente las más distintivas. Por el pueblo, así definido, lucharon y murieron hasta la victoria.
El libro es, por tanto, un libro de batallas, con muy poco culto y devoción personal. Dios apoya a los combatientes de modo providencial, a veces inesperado, pero sin los milagros del segundo libro de los Macabeos y sin realizar Él solo la tarea, como en las Crónicas. El autor es muy parco en referencias religiosas explícitas, pero el tejido de alusiones hace la obra transparente para quienes estaban familiarizados con los escritos bíblicos precedentes.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Macabeos 6,1-17Muerte de Antíoco. Antíoco Epífanes, al enterarse que los judíos han vencido sus tropas y han purificado el Templo que él había profanado, cae en un estado crítico de depresión. La descripción de su estado psicológico, hace honor al apodo que le tenían algunos de sus súbditos: «epimanes», que significa loco. Su confesión, aparentemente arrepentido por haber saqueado el Templo (1Ma_1:54), no obedece a un acto de conversión sino más bien al reconocimiento de su fracaso. Antíoco encarga a Filipo la administración del reino y la custodia de su hijo -en 1Ma_3:33 la había encomendado a Lisias-. Antíoco muere probablemente en la primavera del año 164 a.C., en Babilonia, ciudad que simboliza tragedia y muerte para Israel (2 Re 24s; Apo_18:8; Apo_16:19; Apo_17:5; Apo_18:2.10.21), y se une a la lista de faraones o emperadores, que desde los tiempos de Egipto, han fracasado en su objetivo de desafiar el amor de Dios por los pobres y oprimidos.


I Macabeos 6,18-63Antíoco Eupátor. La seguidilla de triunfos se interrumpe. Aunque el autor no lo dice explícitamente, el ejército macabeo es derrotado por el nuevo emperador Antíoco Eupátor. Un grupo de israelitas helenizados y traidores claman al emperador de turno con palabras que deberían ser para Dios (22). También la acción heroica de Lázaro Macabeo resulta ser un fracaso al no lograr el objetivo de eliminar al rey. Las contradicciones entre los poderosos -Lisias y Filipo- a causa de la ambición y los celos, permite aliviar la situación de los judíos. A pesar que Lisias derrota militarmente a Judas Macabeo, firma con éste un pacto donde le concede a Israel libertad religiosa, pero no la libertad política, militar y tributaria. Para un autor enamorado de Dios y de la gesta macabea, es comprensible que en este capítulo con sabor a derrota no se mencione en la negociación ni a Dios ni a los macabeos. El principal culpable de la derrota judía no es el rey de turno, sino los israelitas «renegados» que vendieron su conciencia y su libertad, acusando ante el enemigo a sus propios hermanos. Comprar la conciencia de hombres y mujeres en las naciones sometidas sigue siendo una tarea prioritaria de los nuevos imperios. También son muchos los que hoy venden su conciencia, la vida y la dignidad de su pueblo, por obtener privilegios y favorecer sus propios intereses. En este tipo de opciones es lógico que Dios esté ausente.