I Samuel 25 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 44 versitos |
1

David, Nabal y Abigail

Samuel murió. Todo Israel se reunió para hacerle los funerales, y lo enterraron en su posesión de Ramá. David bajó después a la estepa de Maón.
2 Había un hombre de Maón que tenía sus posesiones en Carmel. Era muy rico: tenía tres mil ovejas y mil cabras, y estaba en Carmel esquilando las ovejas.
3 Se llamaba Nabal, de la familia de Caleb, y su mujer, Abigail; la mujer era sensata y muy guapa, pero el marido era áspero y de malos modales.
4 David oyó en el desierto que Nabal estaba esquilando sus ovejas,
5 y mandó diez jóvenes con este encargo:
– Suban a Carmel, preséntense a Nabal y salúdenlo de mi parte.
6 Le dirán: ¡Salud! La paz contigo, paz a tu familia, paz a tu hacienda.
7 He oído que estás esquilando tu rebaño; mira, tus pastores estuvieron con nosotros; no los molestamos ni les faltó nada mientras estuvieron en Carmel.
8 Pregunta a tus criados y te lo dirán. Atiende favorablemente a estos jóvenes, que venimos en un día de alegría. Haz el favor de darle a David, siervo e hijo tuyo, lo que tengas a mano.
9 Los jóvenes fueron a decir a Nabal todas estas cosas de parte de David, y se quedaron aguardando.
10 Nabal les respondió:
–¿Quién es David, quién es el hijo de Jesé? Hoy día abundan los esclavos que se escapan del amo.
11 ¿Voy a tomar mi pan y mi agua y las ovejas que maté para mis esquiladores y voy a dárselos a una gente que no sé de dónde viene?
12 Los jóvenes hicieron el camino de regreso, y cuando llegaron, se lo contaron todo.
13 David ordenó a sus hombres:
–¡Que cada uno se ciña la espada!
Todos, incluso David, se la ciñeron. Después subieron unos cuatrocientos siguiendo a David, mientras doscientos se quedaron con el equipaje.
14 Uno de los criados avisó a Abigail, la mujer de Nabal:
– David ha mandado unos emisarios desde el desierto a saludar a nuestro amo, y éste los ha tratado de mal modo,
15 y eso que se portaron muy bien con nosotros, no nos molestaron ni nos faltó nada todo el tiempo que anduvimos con ellos, cuando estuvimos en descampado;
16 día y noche nos protegieron mientras estuvimos con ellos guardando las ovejas.
17 Así que mira a ver qué puedes hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro amo y de toda su casa; en cuanto a él, no es más que un miserable al que ni siquiera se le puede hablar.
18 Abigail, sin perder tiempo, reunió doscientos panes, dos odres de vino, cinco ovejas adobadas, cinco bolsas de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos panes de higos; lo cargó todo sobre los burros,
19 y ordenó a los criados:
– Adelántense ustedes, y yo iré detrás.
Pero no dijo nada a Nabal, su marido.
20 Mientras ella, montada en el burro, iba bajando por un recodo del monte, David y su gente bajaban en dirección a ella, hasta que se encontraron.
21 David, por su parte, había comentado:
– He perdido el tiempo cuidando todo lo de éste en el desierto, sin que se le perdiera ninguno de sus bienes. ¡Ahora me paga mal por bien!
22 ¡Que Dios me castigue si antes del amanecer dejo con vida en toda la posesión de Nabal a uno solo de sus hombres!
23 En cuanto vio a David, Abigail se bajó del burro y se postró ante él, rostro en tierra.
24 Postrada a sus pies, le dijo:
– La culpa es mía, señor. Pero deja que hable tu servidora, escucha las palabras de tu servidora.
25 No tomes en serio, señor, a Nabal, ese miserable, porque es como dice su nombre: se llama Necio, y la necedad va con él. Tu servidora no vio a los criados que enviaste.
26 Ahora, señor, ¡por la vida del Señor y por tu propia vida! es el mismo Señor el que te impide derramar sangre y hacerte justicia por tu mano. ¡Que tus enemigos y todos los que tratan de hacerte mal sean como Nabal!
27 Con respecto a este obsequio que tu servidora le ha traído a su señor, que sea para los criados que acompañan a mi señor.
28 Perdona la falta de tu servidora, que el Señor dará a mi señor una casa estable, porque mi señor pelea las guerras del Señor, y en toda tu vida no se encuentra en ti nada malo.
29 Y aunque alguno se ponga a perseguirte a muerte, la vida de mi señor está bien atada en la bolsa de la vida, al cuidado del Señor, tu Dios, mientras que la vida de tus enemigos la lanzará como piedras con la honda.
30 Que cuando el Señor cumpla a mi señor todo lo que le ha prometido y lo haya constituido jefe de Israel,
31 mi señor no tenga que sentir remordimientos ni desánimo por haber derramado sangre inocente y haber hecho justicia por su mano. Cuando el Señor colme de bienes a mi señor, acuérdate de tu servidora.
32 David le respondió:
–¡Bendito el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro!
33 ¡Bendita tu prudencia y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano!
34 ¡Por la vida del Señor, Dios de Israel, que me impidió hacerte mal! Si no te hubieras dado prisa en venir a encontrarme, al amanecer no le habría quedado vivo a Nabal ni un solo hombre.
35 David le aceptó lo que ella le traía, y le dijo:
– Vete en paz a tu casa. Ya ves que he escuchado tu demanda y la tendré en cuenta.
36 Al volver Abigail encontró a Nabal celebrando en casa un banquete regio; estaba de buen humor y muy bebido, así que ella no le dijo lo más mínimo hasta el amanecer.
37 Y a la mañana, cuando se le había pasado la borrachera, su mujer le contó lo sucedido; y Nabal sufrió un ataque al corazón y quedó paralizado.
38 Pasados unos diez días, el Señor hirió de muerte a Nabal, y falleció.
39 David se enteró de que había muerto Nabal, y exclamó:
–¡Bendito el Señor, que se encargó de defender mi causa contra la afrenta que me hizo Nabal, librando a su siervo de hacer mal! ¡Hizo recaer sobre Nabal el daño que había hecho!
Luego mandó a pedir la mano de Abigail, para casarse con ella.
40 Unos criados de David fueron a Carmel, a casa de Abigail, a proponerle:
– David nos ha enviado para pedirte que te cases con él.
41 Ella se levantó, se postró rostro en tierra y dijo:
– Aquí está tu esclava, dispuesta a lavar los pies de los criados de mi señor.
42 Luego se levantó aprisa y montó en el burro; cinco criadas suyas la acompañaban, detrás de los emisarios de David. Y se casó con él.
43 David se casó también con Ajinoán, de Yezrael. Las dos fueron esposas suyas.
44 Por su parte, Saúl había dado su hija Mical, mujer de David, a Paltiel, hijo de Lais, natural de Galín.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 25,1-44David, Nabal y Abigail. En silencio desaparece Samuel de la escena histórica dejando en marcha el futuro de Israel; y el autor le ofrece el homenaje de todo Israel. ¿Quiere decir que asistió también Saúl a los funerales? Samuel juez ya no tiene sucesores; como profeta, le suceden Gad y Natán. Entre tanto David torna a su región preferida, no lejos de su patria. En el versículo 2 comienza una de esas narraciones bíblicas, con personaje femenino protagonista, en las que parecen complacerse los narradores luciendo su talento y sensibilidad; nos recuerda la historia de Rebeca o de Rut. La acción es sencilla y está llevada con habilidad: tras la presentación del lugar y de los personajes (2a) la primera escena está ocupada por el mensaje de David y la respuesta de Nabal (4-11); en la escena siguiente se ponen en movimiento David y Abigail hacia el encuentro (12-22); sigue la gran escena del encuentro, con el discurso de Abigail y la respuesta de David (23-35); los versículos 36-42 cuentan el desenlace. El mensaje de David es cortés en la forma, si bien está respaldado por seiscientos hombres a sus órdenes. Apela al principio común de la hospitalidad, particularmente en un día de abundancia y alegría; es lógico invitar en tales ocasiones. Además apela a los beneficios prestados a los pastores, que son más bien negativos, no haber abusado; la vieja condición del pastor asoma en esta actitud. El saludo con la triple «paz» indica las buenas intenciones y es augurio de prosperidad; David no viene en son de guerra. David se ha llamado siervo e hijo de Nabal, este retuerce los títulos: hijo de Jesé -de condición inferior- y esclavo huido. La respuesta es tacaña e insultante, y crea una situación de beneficios pagados con ofensas. Claro que el título de esclavos huidos no les va mal a algunos de los hombres de David. Hábilmente presenta el autor escenas distintas y paralelas. Nabal se ha retirado dejando el puesto a David y Abigail. Ambos reaccionan con decisión y rapidez: David en son de guerra, Abigail en son de paz -nótese la acumulación de regalos sabrosos-. Abigail tiene que contrarrestar y deshacer las ofensas del marido, es decir, las injurias verbales y el haber negado las provisiones. El segundo delito, en su aspecto material, es fácil de reparar; el insulto que contiene y que expresaron las palabras es delito que hiere más profundamente. Abigail pronuncia un discurso más psicológico que lógico. Pide protección a David: «cuando el Señor colme de bienes a mi señor; acuérdate de tu servidora» (31), como anticipando su viudez y su futuro matrimonio con el joven rey David, más generoso que su marido Nabal.