I Corintios 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Ministros de Cristo

Que la gente nos considere como servidores de Cristo y administradores de los secretos de Dios.
2 Ahora bien, a un administrador se le exige que sea fiel.
3 A mí poco me importa ser juzgado por ustedes o por un tribunal humano; ni yo mismo me juzgo.
4 Mi conciencia nada me reprocha, pero no por ello me siento sin culpa; quien me juzga es el Señor.
5 Por tanto, no juzguen antes de tiempo; esperen la llegada del Señor, él iluminará lo que está oculto en las tinieblas y pondrá al descubierto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá su calificación de Dios.
6 Hermanos, les puse mi ejemplo y el de Apolo, para que aprendan de nosotros aquel dicho: no salirse de lo escrito, y así nadie tome partido orgullosamente a favor de uno y contra otro.
7 ¿Quién te declara superior? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?
8 ¡Ahora están satisfechos!, ¡ya se han enriquecido! ¡Sin nosotros son reyes! Ojalá ya reinaran, para reinar nosotros con ustedes.
9 Pero pienso que a nosotros los apóstoles Dios nos ha puesto en el último lugar, como condenados a muerte, y hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y los hombres.
10 Nosotros por Cristo somos locos, ustedes por Cristo prudentes; nosotros débiles, ustedes fuertes; ustedes estimados, nosotros despreciados.
11 Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, vamos medio desnudos, nos tratan a golpes, no tenemos domicilio fijo,
12 nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Somos insultados y bendecimos, somos perseguidos y resistimos,
13 somos calumniados y consolamos a los demás. Somos la basura del mundo, el desecho de todos hasta ahora.
14 No les escribo esto para avergonzarlos, sino quiero corregirlos como a hijos queridos.
15 Porque aunque como cristianos tengan diez mil instructores, no tienen muchos padres. Yo los engendré para Cristo cuando les anuncié la Buena Noticia.
16 Por lo tanto les ruego que sigan mi ejemplo.
17 Por esta razón les envié a Timoteo, hijo mío querido y fiel al Señor; para que les recuerde mis principios cristianos, tal como los enseño por toda la Iglesia.
18 Algunos, pensando que no iría a verlos, se han hinchado de orgullo;
19 pero los visitaré pronto, si Dios quiere, y entonces mediré, no las palabras de los orgullosos, sino sus acciones.
20 Porque el reino de Dios no es de palabras, sino de obras.
21 ¿Qué eligen?, ¿que vaya con la vara o con amor y mansedumbre?

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 4,1-21Ministros de Cristo. Pablo entra ahora en el terreno personal. Responde a las críticas de los corintios con toda la riqueza de su carácter fuerte y pasional. He aquí a un Pablo duro y a la vez afectivo, irónico y mordaz, herido pero sin rencor y, sobre todo, sincero. ¿Era considerado por la pequeña élite sofisticada de los corintios como un judeo-cristiano muy por debajo del prestigio intelectual de Apolo? ¿Existían otros rumores o críticas? El Apóstol, se defiende, por supuesto. Conoce la mediocridad y la falta de inteligencia de sus adversarios, pero acepta que se burlen de él.
Comienza diciendo que lo importante es que la gente lo considere a él y a sus compañeros como «servidores de Cristo y administradores de los secretos de Dios» (1), y que lo principal para un administrador es que sea fiel (2). Ni más ni menos. Añade a continuación que le importan muy poco las críticas y que ni él se juzga a sí mismo. El juicio lo deja para Dios. Por otra parte, nada le reprocha la conciencia, aunque está dispuesto a admitir sus fallos.
Se lanza después a una larga y apasionada confesión de lo que ha significado y significa ser servidores de Dios y fieles a la misión encomendada: ser exhibidos como los últimos, como condenados a muerte, como espectáculo de burla, como locos; padecer hambre y sed; ir medio desnudos; ser despreciados; vagar a la aventura; recibir golpes; fatigas; trabajo físico; calumnias; insultos; persecuciones. El final es conmovedor: «somos la basura del mundo, el desecho de todos hasta ahora» (13). A todo esto, los misioneros del Evangelio responden con la actitud de Cristo: «bendecimos... resistimos... consolamos» (12s).
El contrapunto de esta letanía de sufrimientos lo pone la actitud autosuficiente de los corintios a la que alude Pablo con mordacidad e ironía: se creen prudentes, fuertes, estimados. Ya antes les había reprochado su complejo de superioridad, estar saciados de vanagloria como si fuera suyo lo recibido gratuitamente de Dios, como si estuvieran ya reinando y no caminando todavía bajo el signo de la cruz de Cristo.
Al final reaparece el Pablo afectuoso, el padre que amonesta a sus hijos queridos a los que ha engendrado para Cristo. Les promete una visita y esta vez se presentará a ellos, no temblando y lleno de miedo como en la primera vez, sino con el ejemplo de su vida que procede de la fuerza del Evangelio.